EL GARAJE SAN MAMES

Con el devenir de los años disfruto más de aquellos recuerdos que acumulé cuando fui niño de pueblo. Como alguna vez he escrito, había mucho de gris y sepia en la Bizkaia profunda de los setenta y ochenta.

En aquellos tiempos, el teléfono de casa tenía prefijo, y el domingo, el asunto iba de misa. En formato matinal para los canis que no habíamos tomado aún la comunión.

Después, a comprar las entradas del cine parroquial, el de arriba. Donde las semanas pares echaban una de Bud Spencer y Terence Hill, y las impares, una de los hermanos Marx. Dentro nos esperaría un trasunto de Cinema Paradiso “made in” agro vasco. Atmósfera de gritos, caramelazos, peleas, escupitajos y un tirón de las trenzas a la chica que te gustaba para que se enterase pese a la sutilidad sirviera para saber que existías.

Para entonces, habíamos comprado en el kiosco los recortes de donde salían las ostias consagradas. Envueltas en un plástico transparente. Mi paladar no ha vuelto a sentir una pasta más gomosa e insípida que aquella.

Imaginandose aquel escenario, es fácil de entender que las excursiones a Bilbao, la entonces lejana capital, alumbrasen nuestros ojos como si de un viaje interplanetario se tratase.

En mi caso, eran de domingo tarde. A San Mames. Épocas gloriosas para el sentimiento rojiblanco que vivi con mi padre desde la tribuna este. Las dos ligas, el año del doblete y el subcampeonato del Bilbao Athletic en segunda división, que jugaba una vez evacuado el campo, tras el partido del primer equipo.

De aquel espejismo nos desbancó poco despues el play off de descenso que jugó aquel Athletic entrenado por Iribar. Tras el cual, decidimos, tras cónclave familiar, renunciar al carnet.

Fue en esos viajes a la capital cuando lo descubrí. El ”Garaje San Mames”. Con sus dos plantas. La superior descubierta, hasta la que se accedía mediante una rampa de hormigón estilo Scalextric. Y la de abajo cubierta, si se puede llamar como tal a esa especie de agujero que parece habían horadado en el subsuelo de la villa, incluso antes de su creación.

Nada más mi padre tomaba el ramal de Sabino Arana para embocar su acceso, mi mente infantil rememoraba el Ford Gran Torino de Starsky&Hutch. Que aquello iba de rojiblanco. Y es que aquel rincón de Bilbao es lo que más te podía acercar al garaje californiano en el que la pareja de polis enchironaba al malote, tras tenderle una trampa.

He de reconocer que aun tiene una especie de imán para mí. Lo que más me atrae es que, treinta años después, su esencia mugrienta sigue inalterable. Es el decorado que cualquiera elegiría para grabar una película gore en Bilbao. Probablemente, junto con algún pabellón perdido por los aledaños de Recalde-Amezola.

Desconchones, verdín, humedad en las juntas, grietas que circundan las paredes, ventanas rotas, dejadez, grasa, recibos de papel satinado con la hora de acceso, las puertas del W.C. del estilo salón del Oeste, el cuarto de oficinas de la primera etapa del Cuéntame, ventanillas preconstitucionales con cubículo administrativo. En conclusión, el museo del horror de cualquier decorador modernista.

En mi opinión, un horror muy rico. Tanto, como para empeñarme en desviar mi destino, una y otra vez, terminando por echar gasolina en su surtidor interior. Una gasolinera que sigue en pie por aquello del derecho adquirido, y que, por si misma, podría perfectamente provocar un orgasmo múltiple a cualquier inspector de riesgos laborales que se precie.

Me imagino que si continúo acomodando la capacidad de mi tanque a la distancia que me separa del “Garaje San Mames” es para recordar que lo horrendo, lo incorrecto, lo atávico y lo atemporal pueden seguir en pie. Para recordar el cabezazo de Liceranzu que cobro la segunda liga contra la Real. Para que, al salir por Jose Maria Escuza , me siga deslumbrando la luz neón de los ”Multis”. Antes ocho y que, tras la reforma, menguaron a siete.

Y, ¡que cojones¦, para recordar a mi padre que, tan injustamente se fue a la balda con sesenta y dos años. Un postrero homenaje a esa plenitud que alcanzas cuando compartes gustos, aficiones y devociones con un hijo. Por todo lo dicho, deseo larga vida al ”Garaje San Mames”.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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