Atisbé su figura en la pantalla mientras Chica9 miraba, que no veía, el partido rojiblanco.
La visión de Sandoval me insufló la bocanada de esperanza por la que venía implorando los últimos tiempos. Necesaria para soportar el fútbol moderno en particular y la sociedad en la que habito en general. Esa puerta entreabierta me hizo entrever una entretela de luz en el marasmo de la modernidad.
Gente sin complejos. Difícilmente puede tenerlos un castizo que se destetase en el CD Humanes para pasar luego a entrenar al Rayito. Nada le podía pegar más con su voz aguardentosa y su ironía castiza (compartida con otra hornada de entrenadores madrileños, tan descatalogados como él, Felines o Luis Ángel Duque como ejemplo)
Me embelesó especialmente su indecorosa estética de boxeador del peso pesado retirado de una hostia. Aroma a ángel caído, a aquel Ringo Bonavena tiroteado a la salida de un puticlub después de haber aguantado quince asaltos a Cassius Clay en el Maddison.
Aspecto de portero de discoteca, analepsis de Toni Romano protagonista de las primeras entregas de Juan Madrid. Tugurio de polígono de extrarradio cuya humanidad sale de procesión para espantar a la chavalería gregaria. Esa que sale de expedición nocturna cada fin de semana a la búsqueda de El Dorado adolescente.
Peinado a la cerveza, rostro abotargado, traje elastizado para que se adapte a la dimensión, con gomita amoldable en la cintura. De color negro, ese que no es un color sino ausencia del resto y que se aplica al del malo de las películas o al que quiere dar una visión adelgazada. Quimeras tratándose de Sandoval.
Sandoval entrenador. De los de viejo cuño, que no veían retos imposibles. Depende con lo que lo compares. Qué es una remontada épica de un Granada, que no ha ganado ni al Atlético Escalerillas, cuando has tenido que batirte el cobre en los andurriales de Madrid. A finales de los setenta, cara a cara con Los Ojos Negros, esa banda que integraba Dum Dum Pacheco, otro mito.
Sandoval, especialista en echarse a la espalda la responsabilidad que nadie le ha pedido. Con dos cojones, y eso le inviste con el derecho a decidir por los demás, jugadores propios y ajenos, a los que saluda como si estuviera tomando un tercio de Mahou en la Taberna de La Daniela.
Morirá como entrenador. Para él, bien mirado, es como montar en bicicleta, tarde o temprano tu instinto despierta y, aunque pienses que ya no lo recuerdas, de pronto te pones a dar pedales sin darte cuenta. Da lo mismo el tiempo que haya estado en la reserva.
Gracias por devolverme la fé en la existencia.