Existen etiquetas que entronizan cualquier producto. Hace unos años era el Eco, con o sin friendly, un poco antes el Bio. No sólo condicionan las tendencias de compra sino que penetran en tu psiquis consumidora. De forma que, aunque el tomate que te estas comiendo sepa a lona de invernadero, si tiene la etiqueta que garantiza su crianza ecológica te termina sabiendo a rechupete.
De un tiempo a esta parte, cualquier ingenio que no tenga IA, acrónimo creado para la inteligencia artificial, es una bazofia. IA era en otros tiempos un sindicato universitario, Ikasle Abertzaleak que no se ni si seguirá a estas alturas montando aquellos bochinches.
La IA viene a ser, más o menos, que las maquinas hagan por si solas lo que hasta ahora hacia mejor o peor el ser humano. Lo que vuelve a nuestro genero de una futilidad insuperable. Un cerebro electrónico que puede decidir por ti ya sea tomando cuerpo de televisor, gps, robot de cocina o asistente de voz de ese que te alerta de la temperatura para saber si te tienes que calzar una rebequita.
Observó esas cosas y me brota irremediablemente el barniz de pueblo. Desconfió de la IA, porque jamas va a tener la la habilidad que tenía Mati el amigo de mi aita, echando el palangre (ilegal por supuesto) en la desembocadura de Ria de Gernika, ni de atinar con el número de gin tonics a partir del cual, mi amigo el Txino empieza a tambalearse en una visperada de fiestas de Gernika.
Ni mucho menos, puede hacer estremecer a un cuerpo de varón talludo, abonado de Las Ventas del Espíritu Santo desde los tiempos de la Andanada del 8 de Navalón, con una trincherilla que corona un fin de faena.
Como he escrito muchas otras veces, para hacerte oír y triunfar hogaño hay que ser joven, urbano y tecnológico, sea en la imaginación o en la realidad. Y para eso necesitas la IA. Todo lo viejo, rural o manual está desprestigiado.
Lo de IA me recuerda a aquellas maquetas de ciencias impulsadas por un motor activado con una pila de petaca que hacia subir y bajar los cilindros, la compresión la expansión, el pistón. Una repetición indolente. Un coñazo sin alma. Nadie quiere saber como funcione, solo que lo haga.
Y yo, como soy de pueblo y percherón, me veo demasiado mayor para comerme una manzana eco friendly y aprender el manejo de máquinas que piensen por mi.
Prefiero fiarme de la estabilidad del Txino de madrugada.