LUNADA (LA IDA)

Como de niño no salías nunca de tu pueblo y tu día a día, era una bendita rutina átona las excursiones eran fiesta mayor.

Las modalidades eran varias. Las del cole. Durante el curso eran culturetas (la clásica la de las Cuevas de Santimamiñe, donde más de uno se llevaba una estalactita a casa) o expediciones a Santos Lugares (la fábrica de la Coca Cola de Galdakao o las oficinas de La Gaviota de Bermeo). La del fin del curso era lúdica. Al Parque de Atracciones, mientras duró, o a alguna playa a que nos desfogáramos del exceso de feromonas.

En la que me voy a detener hoy en la excursión anual a la nieve. La explicación requiere una introducción geográfica. Gernika estaba en las antípodas de cualquier cosa que se pudiera llamar pista de nieve. Y, otra de modismos, estábamos habituados a la lluvia (katiuskas y txakenarrus) y a la playa (bañadores y chanclas) pero para al frío no estábamos demasiado equipados ni andábamos versados en el tecnicismo esquiador.

Con este introito puedo ya progresar. Salida en autobús al alba, lo que significaba bocadillo con pan seco del día anterior.

El destino jamás variaba “Lunada”. La pista más cochambrosa, herrumbrosa y carente de glamour de este hemisferio. Pero la única accesible en régimen de ida y vuelta desde el poblado.

Pero las huestes embarcadas en Autocares Urbano (familia de autobuseros local donde hasta la abuela conducía un dos ejes) la veían como Sainkt Moritz.

A pesar de la oscuridad, de las legañas y del ambiente somnoliento, algo te decía que la gente iba vestida raruna. Hay que aclarar que no se había vivido aún el estallido de la ropa de montaña (vamos que la gente vestía los domingos como humanos normales y no salía a tomarse media docena de cañas como si fuera a subir al Kilimanjaro).

Pronto entendías que el paisanaje había improvisado el atuendo. Uno llevaba tres camisetas abanderado de manga larga, otro la camisa de leñador de su padre y encima el jersey de grecas con el que su abuelo salía a pillar angulas que ya era viejo en tiempos de Unamuno.

La mayoría se habían puesto tres pantalones (uno encima del otro) y tenían los problemas de movilidad del muñeco de Michelín. Una vez sentados en el asiento, no podían levantarse. Lo de mear, una absoluta quimera. También estaba el que llevaba puestos los pantalones Leví,s que le habían traído de América, porque habían visto en un anuncio que aguantaban sin mácula mientras te arrastraban por el suelo en un rodeo.

Con los gorros de la prole podías organizar una exposición temática de la Historia del Gorro desde su creación. Lo de las gafas era de no contar. Como el listo del pueblo había alertado sobre el riesgo del reflejo del sol y los rayos ultravioletas en la nieve, uno se había puesto las gafas anchas de cuando su ama iba de fiesta a la discoteca “Penelope”.  otro había reciclado las gafas de Teleindiscreta que ya le fallaron en la proyección en 3D.

Pertrechados así, el viaje era eterno. Una hablaba con la modalidad cotorra, otro fumaba, y un tercero se hacía el tecniquillo porque no se perdía los saltos de esquí del día de año nuevo.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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