TIEMPO DE SILENCIO

Después de muchos años en los que me atrapó el síndrome del Grinch, he pasado a observar la navidad con la misma atención con la que sigo el recorrido de la Roomba mientras barre el suelo de mi casa.

Me quedo absorto observando el devenir ajeno. Las cenas de empresa con el efluvio beodo del todovale, los poteos preñados de buen rollito del día de Nochebuena y Nochevieja, y los atrezzos papanoelescos de embolia al buen gusto.

Lo contemplo desde la lejanía del turista que aterriza en tierra extraña, al que le ponen un visor de catalejo para que pueda adentrarse en las costumbres vernáculas. De esas de las que nunca puede formar parte.

Nunca tuve envidia, he conseguido que no me genere rechazo, tengo seguro que por las cicatrices de la edad, y ahora me genera admiración de explorador victoriano. Asombrado de cómo, al mismo tiempo en el que la sociedad va perdiendo lascas de sentimiento a marchas forzadas, siga siendo rehén de ese costumbrismo. Me pregunto si se trata de la necesidad encontrar una guarida identitaria entre tanta inteligencia artificial.

Leo un articulo en el que una neopúber afirma que ya no acude a casa a las cenas navideñas porque la comida que le daban era macilenta porque una mitad tenía diabetes y la otra la tensión alta. Estoy segura de que cada vez hay más gente que odia las navidades, igual que muchos odian los carnavales, o muchos navarros los sanfermines o los neorurales las fiestas patronales con comidas populares y procesión del patrón.

Y creo también, que otra bandada no se atreven a confesarlo y tratan de pasar por encima de estos días como si fueran ascuas ardientes. Por poner un par de ejemplos, para las parejas separadas es un drama logístico y emocional y las pérdidas familiares caen como una losa en la mesa navideña, donde solo se escucha el silencio de los ausentes sin posibilidad de buscarles sustitutos.

Y todo eso sumergido de una indigestión de aglomeraciones, luces, compra de almejas que cuadriplican su precio,  galas de navidad televisivas, villancicos, con o sin ese engendro que es la zambomba, más luces, polvorones, turrones, lotería, reuniones familiares y regalos de todo tipo que duran menos que la ilusión un domingo por la tarde.

Cada vez se escucha más aquello de que me quedo aquí por no dar un disgusto a mis padres. Si pudiera, me cogía ahora mismo un avión y no volvía hasta el 7 de enero, Día de San Raimundo de Peñafort, patrón de los leguleyos y cumpleaños de Pelegrín, que hay que tener bemoles para llamar a un hijo así.

La solución del jeroglífico la encontré, por lo menos yo, en pensar en que, si la fiesta es un momento de libertad, la primera exigencia es no obligar a celebrarla a quien no quiere. En mi caso, celebró el tiempo de silencio que me regala para pensar, escribir o leer, del que carezco en otras estaciones. Eso y que Chica9 amalgama a sus cinco retos y eso no es cuestión baladí.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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