LA METALOPLASTIKA

Instigado por el colectivo de frikies al que con orgullo pertenezco, que andaba esta noche desvelado por el España vs Alemania del Europeo, voy a reivindicar en este post, la importancia que, para los de nuestra generación, tuvieron las retransmisiones de Balonmano.

Fue un deporte, que apareció en la pantalla varios años antes de la irrupción del baloncesto moderno en nuestras vidas, que hay que encuadrar ya en el final de la década principios de los noventa. Por entonces, el fútbol en directo constituía “rara avis”. No había más mundo que el partido semanal, primero en domingo y luego en sábado noche, y aquellos partidos europeos o de la selección española, narrados por el inmortal José Ángel de la Casa (Blanca). Un combinado que, por entonces era un verdadero perdedor, y, quizás por eso, el cretinismo oficial, aún no la había bautizado, con un sobrenombre tan deleznable como el de “La Roja”.

Y he aquí, cómo nos comenzamos a enganchar a un deporte que, para muchos, nos era completamente ajeno, (en la Bizkaia profunda tenía el mismo número de practicantes del Curling), Eso sí, era una adicción superficial. Por eso, nunca me empeñé demasiado en desescrutar el criterio temporal que tenían los árbitros para pitar pasividad, cuantos pasos se permitía dar a un jugador después y antes de bote, porque no había córner, y, sobre todo, cuando se excluía a un jugador cuando, contactos y agarrones, eran continuos.

Más la realidad es que nos quedábamos imantados a la televisión viendo un Atlético Madrid -Barcelona, los dos gallos de aquella época, como si nos fuese la vida en ello. Y alucinábamos con un gol marcado en “fly”. Viéndolo ahora con la debida retrospectiva, concluyó que las razones eran variadas. 

La primera de todas es que era un deporte muy bizarro. Proliferaban los bigotudos, los jugadores robustos, y las camisetas apretadas. Y eso destilaba autenticidad. Y entre tanto fornido, la nota contradictoria, la ponían el gran Lorenzo Rico, que emanaba un aroma a querubín imberbe y el mítico Cecilio Alonso, que, en la España del postfranquismo, era lo más cercano que podía encontrarse a lo apolíneo.

La segunda es la agilidad del juego y la cercanía de las imágenes, que chocaban con las del fútbol, que entonces era un deporte con muchísimo menos ritmo que el actual. Lentitud que exasperaba gracias a unas retransmisiones que penaban la escasez de cámaras, siguiendo el juego desde los territorios de ultramar. Aunque, alguien me pueda decir con razón, que hubiera tenido mérito dar lejanía a una emisión desde el Polideportivo Magariños de la calle Serrano, que era lo más parecido a una caja de cerillas.

Influía, cómo no, la vis comunicativa del locutor. Impagable la labor en este campo de un Luis Miguel López, al lado del cual, los locutores de otras disciplinas deportivas te parecían soporíferos. También te atraía era que, excepto algún extranjero que iba y venía año tras año, las plantillas cambiaban poco. En el Atlético, además de los mencionados, siempre tenías a Javier Reino, Paco Parrilla, Juanón de la Puente, Agustín Milián o Luisón García. Capitaneados siempre por Juan De Dios Román, con su verbo fluido y apariencia de ilustre profesor de gimnasia. 

En el Barcelona, que aun no se paseaba, Javier Cabañas, Calabuig, Uría, Sagales, y los ex rojiblancos, Papitu y Muñoz Meló. Y siempre comandados por el perenne Valero Ribera.

El clímax del deporte llegó en la final de la Copa de Europa de 1985, donde el Atlético de Madrid se midió a aquella invencible Metaloplastika de Šabac, que desde una ciudad de poco menos de sesenta mil habitantes, reino en el mundo del balonmano de la mano de Veselin Vuković y el gran Isakovic. En 2003, llegaría aquella rajada afónica de Mateo Garralda contra los árbitros, al perder el Portland San Antonio la final con el Montpellier de Karabatic, a donde llegó con ocho goles de renta. Pero eso fue mucho más tarde, y ya estábamos desintoxicados.

El partido de vuelta, al que se llegó con la obligación de remontar media docena de goles se celebró, por no cumplir el Magariños las medidas mínimas de seguridad que exigía la IHF en un abarrotado Palacio de los deportes. Donde más de 10.000 personas contemplaron el paseo de los yugoeslavos. Aquel mismo día Vuković, impactado por la despedida que dieron sus fieles a los subcampeones, decidió fijar su morada en España. 

De lo que disfrutaron los verdaderos aficionados al balonmano. Pero aquello ya era otra época de la que nos desenganchamos. Y es que a Cecilio Alonso se le terminó de salir el hombro y a Lorenzo Rico se le había esfumado la cara de niño. 



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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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