VIDEO CLUBS

Los ochenta, entre otras cosas, supusieron el advenimiento de los video clubs. Y una de sus principales consecuencias fue el cambio de costumbres en el pasatiempo de las familias.

Hasta ese momento, nos concentrábamos padres e hijos frente a la televisión a tragarnos lo que nos echasen. Más que nada, porque no había mucho más opción. Solo había dos canales, y la UHF, como la llamábamos entonces, tenía una programación bien escuálida. Y eso cuando se lograba ver sin bruma, ya que en la Bizkaia profunda, día sí y día también, te costaba un mundo, alinear las antenas de cuernos con el repetidor del monte Oiz.

Por ello, la primera cadena tenía un share cercano al 99%. Y lo mismo nos tragábamos series como “Media Naranja”, Anillos de Oro” o “Segunda Enseñanza”, programas de espectáculos como el “300 Millones” que presentaba Pepe Domingo Castaño o el teatro de “Estudio 2”. Sin rechistar y felices. 

 Y el cine, el que pusieran en “Sábado Cine” o “Estrenos TV”, que, ante la falta de competencia, no programaban lo que se daba por llamar “el último grito”. Y si querías disfrutar de las maravillas del séptimo arte, directo al cine de pago. Que se llenaba en todos los pueblos para ver “Kramer contra Kramer”, “Tootsie” o las escenas de torturas de “El Crimen de Cuenca” de la añorada Pilar Miró.

Con la eclosión del vídeo club se abrió un mundo ante nuestros ojos. Te permitía acceder en tiempo real, al mundo de los estrenos. Y además del deleite, te fumabas el tenerte que comer las lentejas que arrojaba la cadena nacional. Hay que recordar a los lectores más jóvenes, que no existían canales privados, el pionero Canal 10 de Calviño se lanzó en 1988 y las retransmisiones de ETB eran de lo más errático hasta mediados de los 80.

Como siempre ocurre en estos casos, la moda desató el delirio y proliferaron los video clubs que abrían en cada esquina. Locales hasta entonces diáfanos, aparecieron trufados de baldas, repletas de cajas de películas. En el forro que escondía las carátulas el coloreado cartoncillo con la leyenda de “Alquilada” te indicaba que alguien se te había adelantado. 

Hasta que el asunto se fue definiendo, la oferta se dividía entre Betamax, VHS y el efímero 2.000, que permitía la reproducción por ambas caras. Tres sistemas que pronto se quedaron en uno. Si erraste tu elección al comprar el reproductor, poco a poco lo ibas advirtiendo, mal que te pesara, cuando se te iba reduciendo la oferta de alquiler en la misma medida en la que crecía la de tus compañeros que se habían lanzado a por el VHS.

Existían verdaderos profesionales del alquiler de cintas. Conocían perfectamente quien había alquilado “Superman 2”, y la hora exacta en la que se iba a devolver la copia del último “Rambo” de Sylvester Stallone. También manejaban información confidencial sobre el día exacto del mes en el que se iban a recibir en el video club las copias de la oscarizada “Evasión o Victoria” en la que salía nada más y nada menos que Pele, que nadie se preguntaba qué demonios hacía un brasileño en un campo de concentración alemán. Siempre eran los primeros en hacerse con los estrenos y, alquilasen o no, siempre se pasaban por allí para ofrecerse a actuar de asesores del público patán.  

Otro espécimen del lugar era el lento. Que podía llegar al Vídeo club a las cinco de la tarde y no decidirse hasta las nueve. Y eso porque le cerraban. Otro era el “Reservas”, que siempre pedía al responsable que le avisase cuando fueran a devolver “Carros de Fuego” para ganar un derecho de pernada que, después nunca aprovechaba. Y también existía el “mano cerdo” o aquel al que empeñaba a mandar su familia a pesar de los truños que inevitablemente terminaba alquilando una y otra vez.

El día de mas afluencia era el viernes a la tarde, jornada en otros tiempos de cónclave familiar. Todo se apuntaba en el carnet, que podía ser de sistema bonos prepago, o de alquiler por película. Espacio aparte merecen las multas por retrasos en la devolución. Y la fórmula que todos utilizábamos para evitar que te las clavaran. Dejar la película en el mostrador cuando el jefe del chiringo estaba colocando las películas y darte la fuga. 

Una vez más, lo más valioso de aquella época era la ilusión que te invadía cuando lograbas pinzar un estreno. Te sentías henchido de orgullo y pensabas en verla en doble sesión. Con la familia aquella misma noche y, a la mañana siguiente con los amigos. Esa misma ilusión que nunca paladearán nuestros hijos por mucho que alquilen juegos de la Play en GAME. Es que la liturgia de lo efímero no puede ser la misma.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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