ANTÓN

Ni siquiera con el voto de silencio de los monjes trapenses de Dueñas podías silenciar la voz que salía de la chimenea del restaurante. Próximo persianazo ululaba el viento en Artxanda cuando alcanzabas las inmediaciones del Anton. 

Las degeneración no acostumbra asaltar por la espalda. Suele versela venir y merodea un rato como los buitres que esperan en el aire el expirar de su presa. Y el Antón se había quedado como un vestigio de otro siglo. Como el dedo incorrupto de una santa que se resguarda en una urna en el Museo Diocesano o la primera cabaña construida por los moradores de una tribu indígena.

Por eso, a la decadencia le pasa como a la vida, que no avanza entre saltos y brincos, como una rana en el nenufar, sino que cada momento es una especie de manifestación de un millón de transiciones, experiencias o recuerdos te han llevado hasta allí.

Y lo que le ha llevado al Anton hasta el epitafio es, asimismo, una multitud de razones. El achatarramiento de Artxanda como espacio social, la pérdida de valores culinarios de una generación, el desorbitado mantenimiento de aquel latifundio hostelero, los costes laborales del personal,... Y una pérdida de ilusión justo cuando la bendita ingenuidad sale de naja y el duendecillo se te posa en el hombro a las cincuenta pregunta socarrón si quieres morirte entre fogones.

En tres décadas de visitas esporádicas tuve sobrado tiempo de análisis. La terraza con toldos y uralita, la barra inmensa e inmensamente vacía. El vacío derrotado del segundo espacio del local, ese en el que cuentan que se llegó a reinar la alegría de bailes y celebraciones. Ni rastro en el local de en el aquellos clientes que muchos años antes se alineaban sobre la barra como gaviotas en la roca.

Comandaba el local un camarero entrado en años. Con esa impronta de serenidad que te da el saber que has perdido sin posibilidad de remontada. Te hacía el caso estrictamente necesario. Sólo el que merecías como cliente de aluvión que había llegado hasta allí por el calor, el aburrimiento o el deporte escolar o juvenil. Únicas tres razones que te hacían visitar el Anton.

Me llevo conmigo el retorno a mis orígenes que me produjo el sabor de las últimas rabas que me comí allí. Una mañana de domingo con Chica9. Como ocurría al inspector de Ratatuille, retrotraje mis papilas gustativas a los tiempos de las rabas y las musillas del Artza de Bermeo. De la mano de mi Aitxitxe.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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