Hay simas en la vida que cuando las rebasas, la distancia entre el antes y el después es sideral. Las que van por ejemplo de la segunda a la tercera jarra de cerveza a las once de la noche, de la cita de bar para un café a la de casa propia o ajena, o el cambio en la percepción de la economía propia al firmar la primera hipoteca.
Intuyo que en la sociedad actual estamos en una de esas simas en las que, después de la pandemia, el pre y el pos se van a parecer poco. La capacidad de este nuevo mundo para engullir los vestigios del pasado sin necesidad ni siquiera de eruptar me tiene alucinado.
Como ejemplo que ilustra este asunto me quedo con el día de hoy. Me desayuno con el persianazo del Scala, pena de café aunque la pervivencia en la era cibernética del chaleco de camarero setentero no auguraba nada bueno y con el cierre del convento de las clarisas de mi Gernika por el achatarramiento de las novicias y la ausencia de vocaciones.
Si ya está jodido el incorporar adeptos para religiones mundanas, como la taurina, la de melómano de orquesta, o la de ferviente seguidor del equipo de fútbol de tu pueblo o barrio, la caza de candidatas a encerrarse de por vida entre cuatro paredes y cultivar el culto silente al altísimo tiene que ser quimérica.
No ocultó que me da pena porque, en cierta forma, entierra parte de mi historia. Nadie se quiere alistar a filas de aquello donde crecí y hay tortas para participar en lo que me resulta ajeno como los e sports, el twitch, el tic toc, o media docena de anglicismos que no tengo ganas de desescrutar.
Y eso que tampoco mi relación con las clarisas haya sido demasiado estrecha. A golpe de verduguillo, recuerdo que era donde había misas los sábados por la tarde, que se llevaba huevos (luego fijaron su preferencia por moneda de curso legal) para implorar con rezos que a una boda le acompañara el buen tiempo y que un día que lanzamos el balón a su huerta nos lo devolvieron a golpe de timbrazos en el torno que separaba la vida terrenal de la contemplativa.
Por mucho que Chica9 me vuelva a acusar que mi partida de nacimiento es más falsa que la del central de la selección juvenil de Nigeria, embarga mi ánimo el manojillo de escarcha del que hablaba Curro El Palmo en el romance de Serrat.
Buscando el olvido
Se dio a la bebida
Al mus, las quinielas
Y en horas perdidas
Se leyó enterito
A don marcial la fuente
Por no ir tras su paso
Como un penitente.
Y es que ya nada es lo que era (Chiica9 dixit)