Escuchó esta mañana a Concha Piquer. Amplificada por los altavoces para que la escuché la ama de Chica9, la primera suegra del Faraón de Camas declama en honor de Luis Candelas:
“Madrid está buscando para prenderte, y yo te busco sólo para quererte”
Nada más bajo hacia la civilización el hechizo se esfuma. De bandoleros del Siglo XIX con nombre de restaurante en Plaza Mayor, donde acudiera un día con mi aitxitxe, y cantantes de copla que conocía todo el país paso a la realidad.
Me topo con manifestaciones donde se claman proclamas sin la entonación de Concha Piquer ni la gracia de sus baúles viajeros.
Concluyo entonces que el centro de Bilbao se ha convertido en un manifestrodomo.
Confieso que las manifestaciones me han sido siempre simpáticas porque reflejan que la sociedad civil late más allá del pintxo-pote de los jueves y la ascensión de fotos trucadas al olimpo de Instagram. Pero, claro está, eso era cuando las manifestaciones eran clamor político o demanda social y no un ejercicio de destajismo, mas propio de estajanovistas que de avezadas conciencias.
Me encantaban los recuentos oficiales de manifestantes, donde la unidad de cuenta de la diferencia eran miles, si no cientos de miles de personas. Donde la Delegación del Gobierno veía entra quinientos y mil, el caleidoscopio de los organizadores importaba medio millón. Independientemente del número, se encabezaban por una pancarta, de esas de elaboración artesanal (sabana con brochazos de pintura) y entonaban tonadillas ingeniosas (“Con este Gobierno vamos de culo” andando para atrás o aquel “OTAN no, bases fuera” coreado al ritmo del Cuervo Ingenuo del maestro Krahe)
Como en otras cosas, se ha perdido la liturgia. No hay pancarta ni serpiente humana que le siga. No se canturrean eslóganes, ni se cultiva el sentimiento gregario que siempre aporta la colectividad. Las componen un grupo de personas arremolinadas al motrollón que esnifan los rayos del sol o se guarecen de la lluvia reivindicando lo propio de la forma más latina que existe (mancomunando la jodienda).
¿Y qué formas existen de poner en práctica la mancomunidad?. La primera, la acústica. No los megáfonos que se estilaban, sino un sirenón de los que se utilizan en los puertos pesqueros para atracar la flota en los días de borrasca. La segunda, sembrar la mugre, llenando las inmediaciones de barreduras (esto es un clásico de las manifestaciones de los sectores de limpieza). Y la última de todas, la invasión barbara de carriles de carretera al estilo sentados en el arcén.
Porque, al fin y al cabo, el miedo que provocas en aquellos que no están acostumbrados a masticarlo, revuelve los paladares y agita unos estómagos que, aun siendo recios, no se manifiestan.