GALEOTES

Como los partes de guerra oficiales, que solo sueltan la información que les interesa y convierten las derrotas en victorias, soportamos impertérritos la metralla de noticias sesgadas sobre lo que debieran ser los estertores de la pandemia.

Siempre he pensado que una de los grandes lastres de la cultura latina es su incapacidad para empaquetar y finiquitar. Tal y como ocurrió con la mili que todo el mundo sabia que era un absurdo pero nadie se encargaba de apiolar. También ocurrió, aun con otra pelaje, con la incapacidad que derrochó la gobernanza para que al terrorismo se le abriera la trampilla bajo sus pies.

En lugar de derramar capacidad de engrasar debacles y evitar daños colaterales hemos acuñado una subespecie de hombres duros y engreídos, que pululan indiferentes a la angustia de los enfermos, miembro de una profesión de los que nunca lloran: médicos, abogados, psicólogos, enterradores y amos de funerarias.

Ese cloroformo narcotiza a la sociedad que ha olvidado demasiado pronto que, durante estos últimos veinticuatro meses, hemos asistido a una opereta en la que moría en soledad una generación admirable, la que había nacido a partir de 1940. No habían tenido responsabilidad en la guerra ni en la gestión de la posguerra y habían hecho que, por primera vez, transcurrieran ochenta años en la historia de este país sin un conflicto bélico.

Trabajando como galeotes para traer el progreso a un país gris, hambriento y pacato. Ese que pintó de blanco y negro ese tardofranquismo que aplicaba el rasero hacia los lindes de la mediocridad. Soportaron ese engendro, brindándonos a costa de sus costillas una sociedad mejor, y,, a cambio, les hacemos sufrir las peores consecuencias de una pandemia de origen ignoto.

Lo que me apena es que cada vez existan menos personas así. Y que la sociedad, en lugar de defenderlas como a especies protegidas, se comporte con indiferencia hacia ellas. No les agradezca sus servicios para con el colectivo y hasta se permita que los bribones se aprovechen de su falta de agresividad, de su renuncia al combate.

Sensaciones que dejan detrás de sí un rastro pestilente.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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