NARANJITO

En época de indultos, es el color del que arría el presidente para perdonar la vida al toro apto para padrear. Comparte tono con el de la Mascota del Mundial 82, el icónico Naranjito, denostada a su alumbramiento por ese complejo patrio hacia el casticismo . Y que ahora se ha revestido de modernismo y la lleva hasta el seleccionador de balompié.

He roto mi querencia a pasar de la Eurocopa durante un fin de semana que me ha tocado visitar territorios de ultramar como copiloto de Chica9. Un par de ojeos, no más, me han bastado para cerciorarme de lo que ya sabía. Me aburre mucho más de lo que lo hacia antes de la pandemia.

Una de las razones es que han despojado al torneo de su seña de identidad, la sede. Desde que completé el primer album de cromos de Danone del Mundial 82 (aquel en el que te regalaban tres cromos en un sobre amarillo cuando te comprabas el pack de cuatro naturales) los Mundiales y las Eurocopas pertenecían a un país y tenían lo que se llamaba ampulosamente el equipo anfitrión. Ese al que encuadraban como cabeza de serie en un grupo filfa para a ver si alargaba su esperanzas de vida y el virus del paisanaje prendía en el país.

La Euro de este año es como la vuelta al mundo de Willy Fog. Con los equipos brincando de una ciudad a otra como si fueran Georgie Dann en la gira de verano de 1997, año que la petó con El Bimbó. En el país donde se juega cada uno de los cruces a ninguna de las dos naciones se le conoce siquiera una casa regional o una pingüe asociación de inmigrantes. Por lo que me malició de que los espectadores que aparecen con cuernos de vikingo en el partido de Dinamarca son extras a los que la UEFA paga el atrezzo, porque ya me contaran como llega un tipo de Brondby a Londres en plena era COVID.

La anteúltima causa que me escupe del televisor es el tedio que se respira en los partidos. Cada vez se parecen más a un partido de balonmano, con la única diferencia de que los árbitros no pueden pitar pasivo. Esa una especie de tanteo boxeistico en la que los púgiles se miden, aterrados con perder,  a la espera que la calidad o la divina providencia les brinde la oportunidad de cazar un directo al mentón del contrario. Una manifestación más de la sociedad, nadie decide por miedo a confundirse.

Vale que es un deporte físico donde el Soso Gallego, el Torito Zuviria o el Cacho Heredia verían pasar trenes expresos a su alrededor, pero es que de tanto sobar aquello cansa y me hace recordar aquello que decía Loquillo en Tejanos Rellenos,, que formaba parte del mítico El Ritmo del Garaje,. Hay momentos en los que lo importante no es hablar sino hacer.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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