FIGURES

Todo el mundo está esperando el número para escapar de esta vida de amojonamiento que estamos lidiando. Ese nueve propiedad de la Chica que imana este blog refulge en el imaginario como la tierra prometida para los judíos de Postguerra.

El nueve de este mes será, en teoría. el día en el que las noches perderán el manto silencioso que se ha apropiado de ellas y volverán a sonar, aunque sea a ruido de litrona o bolsa de super al rasgarse para vaciar su contenido. Daremos pasaporte al Estado de Alarma, ese que Mr Sanchez, o sus cábalas electorales, no quieren prorrogar, harto de pagar en mejilla propia, por los problemas ajenos y amanecerán jornadas en el que, por ejemplo para los habitantes vascos, será más fácil montar en un avión hacia Sevilla, escala Albacete, que visitar a tu tia de Arbazegi.

Otros que también esperan al ansiado nueve son los abuelos, en busca de visa para visitar a sus nietos. Y es que con los niños pasa como con las plantas de las macetas de las casas deshabitadas. Por mucho que pases a regarlas, las encuentras cabizbajas, como si lamentaran su infortunio.  Si solo ves a tus nietos o te ven esporádicamente, lo que haces es ir a visitarlos, pero no hay verdadera comunicación. Les visitas o les riegas pero ya no hay conexión con ellas. El nueve es el numero al que los mayores fían su esperanza en la recuperación de la conexión. 

Por el contrario la juventud busca reconectarse con la vida de verdad y no el sucedáneo de terraceo y casa a las diez para enchiquerarseque les ha caído en desgracia. Poder expandirse, por dentro y por fuerza, da igual que con mascarilla  o sin ella. Eso es lo de menos.

Aquellos que deambulamos en esa tierra de nadie que son los tardocuarenta y los cincuenta nos basta con ampliar la baraja de invitados a nuestra devaluada mesa de comedor. Refrescar caras completando las cartas del mazo más allá de la collera de tipos de siempre. Si te dejan seguir pidiendo, fabulas con que las caras que te cruzas por la calle cambien de una vez el rictus de ruina y las conversaciones que captas en el bus superen las AstraZeneca’s, Jansens y Pfeifers. Ya es mucho pedir que se pueda esbozar algún sueño mundano, aunque sea cerquita y más bien pequeñito.

Y digo en teoría porque aún están a tiempo de auspiciar alguna astracanada que convierta el círculo en cuadrado y no podamos despojarnos, aunque sea por un rato, del pelo de la Dehesa que, cuando los toros embistian, les acompañaba en el desencajonamiento de las primeras ferias de la temporada.

Pase lo que pase nos resguarda ese caparazón que, por razones defensivas, nos hemos construido para guarecernos en nuestra propia casamata. Aguantaremos todo lo que pase, que pasará, no por convicción sino por puro descarte.

Tampoco se atisba mucha disyuntiva. Así que a tragar, con el “salvemos el verano” (en tu ignorancia te preguntas si uno de esta década), el “ya nos queda poco” (nadie dice cuánto es poco) y la espera de unas vacunas cuyo protocolo se retrasa más que la llegada del AVE en Euskadi.

Esperemos que esta vez el nueve sea de una vez, impar y rojo, y nos dejen apretar los artejos, mientras la caprichosa bolita siga dando vueltas por el contorno de la ruleta. No se trata de ganar, sólo con que te dejen volver a sentir la adrenalina del juego.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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