LEONOR Y LOS SUEÑOS COBRADOS

Nadie elige su amor. Eso es lo que pudo exclamar Antonio Machado, cuando, contando con 34 años se casó con Leonor, que no era más que una niña de 15, la edad mínima en aquellos tiempos para contraer matrimonio con permiso paterno.

A pesar de que la relación solo durase tres años, cortocircuitada por el fallecimiento de Leonor el 1 de agosto de 1912, ha quedado para la historia como la afrodita de los sueños que, siendo aparentemente imposibles, terminan cobrándose.

Y como tal, debe de rendírsele homenaje perpetuo en cada visita a la capital castellana. Siguiendo la senda que el poeta marcara a su amigo José María Palacio, subiendo al alto Espino ‘donde está su tierra’, y depositando un ramo de flores frescas en su tumba. Ritual cumplido por generaciones sucesivas de sorianos y visitantes.

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos?..

(...)

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra.

La historia de Leonor se encuentra ineludiblemente unida a Soria, que se convierte desde entonces en un paisaje machadiano que alterna vertiginosamente sus complementos, ausencia-presencia, esperanza-desesperanza. Soria es mucho más que el telón de fondo de una vida; es “el paisaje soñado” desde la quimera de un todavía jamás cerrado desde el que se abre una puerta al futuro soleado.

Es la tierra del misterio, donde todo lo insospechado puede ocurrir en no más de tres años. Los que dura esta historia y todas aquellas historias que realmente valen la pena.

Si la felicidad es algo posible y real – lo que en esta vida a veces cuesta creer – yo la identificaría mentalmente con una historia de tres años cuya vereda conduce a Soria.