TAUTOLOGÍAS (PRIMERA PARTE)

En los ochenta, la diferencia entre un niño de pueblo y uno de ciudad era el radio de acción de sus andanzas. El primero campaba a sus anchas por los confines del término municipal, con alma de explorador victoriano, mientras que los de urbe los recorridos tenían, destino concreto, cine, patio, deporte o golosinería favorita.

El finde en el poblado tenía su ritual. El viernes tarde bajabas las escaleras del colegio de tres en tres, como si atizara un ataque nuclear. De un brinco, se organizaba un partido de todos contra todos en la plaza, al que se iban sumando y restando componentes. Nunca faltaban los que jugaban bocata en mano, (los más pudientes Tigretón), que saltaba al primer trallazo (palabra descatalogada) y los dos niños gorditos que, hacían como si jugaban, para huir del escarnio público, y se camuflaban en un corner a contarse sus cosas.

Llegabas a casa exhausto, justo para esperar que empezase el Con Ocho Basta, mientras tu ama digería los últimos compases del Más Vale Prevenir de Ramón Sanchéz Ocaña. Ese tipo con mirada compasiva, al que en tu escalera glosaban desde que la viuda del Segundo salvase su vida gracias a su tutorial, cuando el güito del albaricoque se le quedó incrustado en la glotis. El precursor de los webinars.

Tu madre te sumergía en el baño al alimón con tus hermanos. No se porqué, pero entonces ni Dios se duchaba, todo era baño, a lo colectivo. Cena y, a por el Un, Dos, Tres, que era devorado en familia. La eliminatoria, la subasta, los sufridores, el apartamento en Torrevieja, el y hasta aquí puedo leer, Mayrucha, y otras tantas simplezas nos mantenían en vilo. A ojos de los de ahora pueden reflejar enanismo mental, pero era lo que había. Y en la UHF salía siempre un señor con barba y pipa, al que no entendía nadie (por lo menos en Gerni)

El sábado matinal estaba protagonizado por el viaje astral de tu ama a la peluquería. No de las glamourosas actuales, sino que estaban en un piso y se anunciaban con luminosos de L,oreal. Antes de sumergirse entre secadores de pelo, tu madre te escribía un número al lado de teléfono por si había una urgencia. Perfectamente podía haberla porque se pasaba allí cinco horas, en un sistema de turnos, te toca lavado, después secador y luego te hago las mechas, propio de cadena de producción.

Si llamabas, la que descolgaba, te decía que la que te trajo al mundo no podía atenderte porque le estaban haciendo la permanente, nombre que a ti te parecía ridiculo porque no aguantaba los salpicones de serie de olas medias en un baño en la playa. Volvías a La Bola de Cristal, y cuando andabas engolosinado con la Bruja Avería, sonaba el teléfono donde aparecía tu madre con una voz de ultratumba quejándose de wue le hubieras interrumpido cuando Mari Carmen, la de Fernando Mera, estaba contando, lo suelta que andaba la hija de la vecina.

Peor era la visita presencial. Todas las peluquerías de antaño, tenían un pasillo largo en donde se sucedían las habitaciones de la familia de la peluquera. Allí te cruzabas con la abuela, saliendo de la ducha, la hija desayunando, o el padre cortándose las uñas. Hasta que profanabas el acceso a ese parque temático de los secadores, rulos, Pepel al alcance y revistas de cotilleos que era el rectángulo donde se trajinaba. Una docena de mujeres apelotonadas, más contaminación acústica que en un after hours, y tu madre con la cabeza secuestrada por un secador, de esos con forma de casquillo de bombilla.

Cuando tenías que ir allí, normalmente a por un mandado, volvías descorazonado,.....

CONTINUARA

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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