EL MUEBLE BAR

Al felicitarme en mi añada cuarenta y siete, mi compadre GA, con quien perdí mi ingenuidad y me malicie todo lo que pude en el gerni ochentero, me apercibió de que, últimamente, me veía muy existencialista. Aunque, fruto del cariño, reconoció que el cariz le gustaba, toca cambiar de tercio y tirar de costumbrismo.

El podio de entre los muebles caducos con pretensiones de nuestra infancia lo ocupaba el mueble bar. Era curioso que tus abuelos o tus padres pensasen que la adquisición de aquel armatoste, dotado de una absurda luz automática, emblema de la inutilidad, les elevaba el estatus hasta la galaxia de la modernidad y la elegancia (que la palabra glamour no existía entonces)

Treinta años después, acojona pensar como un cachivache esquinero encastrado, con reminiscencia a madera noble, repisas de escay, espejos traseros y protecciones doradas, hasta que griseaban cuando se abusaba del Limpiametales Netol, imbuía a su propietario de un delirio de grandeza tal que, tras el montaje, se sentía como el Sha de Persia. Que era el más salía en el Hola en aquellos tiempos,

El contenido del botellero no tenía desperdicio. Botellas abiertas desde hacía dos décadas que contenían matarratas, esa botella de chorrito de sifón con tufo viejuno, el whisky de imitación guardando en el saquito devorado por las polillas, vinos quinados, moscatel Goya, la botella de anís del mono que todo Dios ha raspado con una cucharilla y esas botellas revestidas de plata mate de ginebra de garrafa.

Y como entonces nada caducaba, cuando se recibían visitas, las mismas a las que ahora no se abre la puerta para quedar el bar de la esquina, se le endosaba un culito de coñac que parecía el galipote que se utilizaba para calafatear las calles o un ponche con huevo y brandy con trazas ciertas de cobrarse una salmonelosis para los restos. Y el primo de Briviesca, no solo se lo bebía, sino que el hijoputa se atrevía a decir que estaba rico. Y lo peor era que no lo hacía para cumplir, sino que ponía cara de convencido.

La vida de los mueble bares era más bien frugal. En poco tiempo nadie reparaba en ellos y acababan siendo el mejor rincón para ocultarte jugando al escondite o el lugar donde se achispaba el idiota de tu vecino un día que pasaba a tu casa convencido que la Quina San Clemente era bebida de niños porque se anunciaba en dibujos animados.

En su mérito, el reconocer que eran el suministro de aquellas probetas de donde salían los brebajes imposibles, de fondo empalagoso, que componías el fin de semana en el que tus aitas se iban de casa. Que luego se hicieron famosas como el Lumumba, el Cerebrito, el Torombolo, el Machacado, el Vaca Verde, el Platanito o el Orgasmo.

El atrezzo se completaba con unos posavasos, que dejaban más rastro de mierda del que evitaban, unos palotes mezcladores de combinados con alcohol impregnado desde la batalla de Brunete y unos pincha aceitunas de metal con cabeza de madera, que daba grima el verlos. Y que decir de los taburetes, los trastos menos usados de la casa, otros descatalogados,

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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