SEPTIEMBRE

El primer lunes de septiembre ha llegado. Y anticipo, aún sin ser un visionario, que, debajo del brazo, traerá consigo la tabarra del síndrome postvacacional. Que nos pasará por encima como la Acorazada Brunete, azuzada por tertulianos, druidas televisivos, tus compañeros, psicólogos especializados. Incluso, el frutero de la esquina, cuando te acerques a reponer te dará la turrada con el síndrome.

Para aderezar sus comentarios, y como si fuese una plaga bíblica, se detendrán en sus síntomas precisos, perfectos como los de un cáncer. Por supuesto, catalogados por la ciencia. Es tanta la obsesión por el síndrome que, a poco que el compañero de enfrente te caiga como el culo o te cueste cruzarte con la de la contabilidad desde que, en la última cena de navidad pelin achispado, le soltases aquello de que, cuando se ponía los tejanos se te ponía morcillona, terminas sucumbiendo. Igual que te pasa en primavera, que de tanta campaña de prevención alergológica, al primer estornudo, no hay más remedio que sentirse un asmático.

En definitiva, el síndrome postvacacional te termina doblando por K.O. al segundo asalto, ya sea por no sentirte discriminado en tu entorno, por insistencia mediática, por extenuación o por contagio informático o digital. Da igual, otra hebra más de la manta de esta sociedad de consumo que tiende a tecnificarlo todo, y nos tiraniza, inoculando en nuestro espíritu inéditas desgracias de las que no podemos escapar.

Tanta es la obstinación por hacer del contratiempo una patología, que terminamos convirtiendo a nuestros hijos en una generación aversa a esa resiliencia, que, tan bien te pertrecha después, cuando en tu periplo vital en solitario, en cada mano, no haces más que pillar morralla cada vez que robas una carta del mazo.

Por contraposición, analicemos cómo resolvían nuestros mayores la vuelta al cole, en los setenta y ochenta. Primero, sin postureo ni palabrejas, lenguaje llano y directo. Volver al trabajo no era un síndrome, era una lata, que ya lo decía Luis Aguile. Nadie pensaba que era una patología que requiriese de exorcismo, sino que era algo casi entrañable, parte de las estaciones del vía crucis anual. Más o menos, como la reunión con el tutor de tu hijo, la compra de participaciones de lotería de navidad, los cordones de San Blas, el cumpleaños de tu suegra, la cena fin de curso del equipo de tus vástagos, donde siempre te sientan al lado del padre más pelma, la visita al camposanto del día de Todos Los Santos, ....

Y, en definitiva, tratando de recuperar los hábitos de siempre. En cuanto te despistas, estas otra vez encariñado con las calles, con tus bares, con las cañitas de los viernes, con el supermercado o con el sonido del gol en el carrusel deportivo. Que los hay para todos los gustos. Incluso, en el trabajo, el panorama se te aclara. Han despedido al caraculo y la de contabilidad, que luego te enteras que, como la mitad de las parejas del país, se ha separado al no poder aguantar a su costilla en régimen 24X7 durante las vacaciones, te comienza a sonreír cuando le cedes el paso.

Se trata, en último extremo, de invocar esa rebeldía, propia de seres excéntricos pero íntimamente vitales, de la que el que suscribe declara ser feligrés. Consiste en no comprar en un chino salvo causa de fuerza mayor, colgar en el mismo instante en el que un desconocido violenta tu teléfono tratando de que cambies de compañía de telefonía o contrates un producto que no necesitas, en no leer bajo ningún concepto ese libro que anualmente se premia en cierto certamen millonario, en no contar que solo ves series en versión original con la honesta intención de, aún siendo ignorante, mostrar propósito de enmienda y, por supuesto, en no ceder al síndrome posvacacional, cuya cantinela nos perseguira estos días.

Se que es un intento estéril, y, que, no conseguire nada por entregarme a esta religión, tan perdedora como otras que profeso, como los toros, el boxeo, el Bilbao Basket o la zarzuela, pero al menos, el empeñarme en esas militancias, me parece más divertido y más coherente con la condición que da título a este blog. De hecho, volveré a mi vida mortal, silbando y con buen ánimo. Además, tengo pendiente algún reencuentro vital que me motiva especialmente, lo que siempre anima. Y mucho.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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