TAPIOCA

Hay cosas que nunca cambian. Por ejemplo, la sensación de que las tiendas de alfombras orientales siempre están en liquidación final de su stock. Ese que parece interminable y que, cuando escuchas el anuncio, te entran ganas de salir corriendo a por una, por miedo a quedarte sin ella. Aunque no uses alfombra, y todas te parezcan iguales.

En cambio, otras no sólo cambian, sino que se ven engullidas y olvidadas por el paso del tiempo. Más o menos como si nunca hubiesen existido. Por ejemplo los remedios caseros.

Me ha dado por esos descatalogados, y en una sentada he dado con media docena. Me imagino que, como siempre ocurre, (las mejores ideas y hallazgos florecen cuando estás pensando o buscando otra cosa) en cuando deje de pensar, daré con otra docena que obligará a una nueva edición.

Vamos allá:

1) Los vahos. Tenías nariz taponada con menos sensibilidad en el tabique que Julio Iglesias. La solución la encontraba tu ama con un brebaje infernal (con eucaliptos y otras especies de la floresta amazónica) que calentaba a punto de ebullición. Lo situaba en la mesa y te hacía inclinar la cerviz para inhalar de la propia superficie del cuenco vahos humeantes. Lo más ridículo era que, para que el vapor no se dispersara, te colocaba un trapo como turbante de beduino. Siempre he pensado que de ahí salió el ingenio que mueve la máquina de vapor.

2) Las friegas. Desprovistas de glamour al contrario de los masajes actuales. En toda familia había un miembro al que se le atribuían, falsamente, facultades curativas. Se hacía con un engrudo de manteca de cerdo preñado de grasa que aplicaba sobre la piel y luego fijar el efecto bajo el calor de una manta eléctrica enroscada en el refajo. Curar no curaba, pero se había inventado la transpiración cero posteriormente aplicada a plumiferos y polares.

3) La Sal de Frutas. Cualquier atisbo de empacho, (otra palabra gastada) era combatida con Sal de Frutas de la marca Heno. Era un líquido efervescente que se derramaba al agua directamente desde la cucharilla. El empacho desaparecía pero te sentías como el globo relleno de gas de helio que se escapaba de mano a los niños en las fiestas de tu pueblo.

4) El Vicks Vaporup. Bálsamo que asemejaba al Bovril ochentero. La única diferencia era que, en lugar de aplicarse a la carne, se esparcía en el pecho cuando lo tenías cogido (pasado del verbo coger que nunca entendí porque no se quien era el sujeto rumiante que cogía al pecho). La sensación post puesta era la misma que si te comías un quintal de caramelos de eucalipto. Ningún alimento o bebida te sabía a una cosa distinta del puto Vicks.

5) El Vinagre. Me imagino que sería querencia de mi Aitxitxe o rescoldo de la Guerra Civil. Pero lo utilizaba para todo. Daba igual que te arañase una ortiga, te picara un mosquito en verano, un salvario o te oliese la ropa al olor a gitano (hasta los diez años pensé que solo los gitanos olían a carne quemada),  porque habías estado en  la hoguera de San Juan . Todo lo podía, o no un chorretón de vinagre.

(Continuará)

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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