EDUCANDOS

Hoy toca hablar de educación. De la que me enjaretaron en un pueblo de la Bizkaia profunda a finales de los setenta y principios de los ochenta. Gernika, erigida como cuna de lo euskaldun, era extremadamente conservadora. Y no dejará de serlo, habría que añadir hasta que se despoje de esa pulsión de chisme tan propia de las sociedades cerradas en sí mismas.

Eran tiempos en los que el suelo se movía. El credo que había servido para las cuatro décadas anteriores se resquebrajaba y aquel cataclismo llegó, como no podía ser de otra forma, a lo educacional. Tiempos de ilusión, con la irrupción de las Ikastolas, basadas en movimientos cooperativos en pro de lo que hasta hacía poco estaba proscrito. Su evolución ha sido variopinta.

Fruto de ese cataclismo, a los colegios religiosos les tocó recolocarse. Pero no era fácil Se les obligaba a un demarraje en seco, desde lo que evoca “El Florido Pensil” donde todo giraba en torno a “la letra con sangre entra” y a la obediencia ciega, hacia un sistema en el que, por lo menos externamente, había que rendir cuentas. Y lo peor de todo, cuando quien se las podia exigir era un Gobierno Vasco, que había pasado a ser el amo de la bolsa, de la que dependía la propia subsistencia del centro.

Se empezaba a intuir un “café para todos” que emanaba de una lógica laicidad que, con el paso de los años, ha virado en un anticatolicismo en el que descubro aires de vendetta.

Todo eso ocurría, aunque de poco me enterase entonces, cuando ocupaba los pupitres, nada más y nada menos, de un colegio de monjas, hasta donde habíamos llegado tras el persianazo que había dado el previo de curas, aunque allí no me cruzase con ninguno, al que me había afiliado mi aita cuando retorno al Banco de Bilbao de Gernika.

Casi cuarenta años después, soy capaz de descifrar el sentimiento que viví entonces. Me atraía aquella decadencia entrañable. Las mercedarias, que sí nos daban clase, seguían ancladas en un mundo que hacia ya tiempo había comenzado a extinguirse. Pertenecían a un modo de vida que nunca más volvería. Y lo más curioso es que no llegaban a asumir lo irrevocable de su obsolescencia. La misma que atrapó al vendedor de máquinas de escribir con el advenimiento del ordenador o a Los Últimos de Filipinas, cuando seguían batallando orgullosos en una guerra ya pérdida.

Ancladas en ese galimatías, enseñaban una educación sexual propia de Pulgarcito, cuando los más se metían mano los fines de semana, organizaban convivencias en caserones apartados, tratando de pescar acólitos en una banco de rebeldes y canallas desnortados de largo, o montaban charlas informativas sobre el peligro del alcohol y las drogas, que eran impartidas por quien nunca las había probado a quienes, no solo lo habían hecho, sino que tenían claro seguir disfrutando con su adiccion.

A pesar de que rayaba el patetismo, como he comentado antes, tenía su parte entrañable. Aquellas celebraciones del patrón del colegio, con competiciones deportivas, coros y espectáculos teatrales. Las misas del dIa del Corpus Christi, que ya nadie sabe cuándo es, en donde la mitad de la clase se dormía,..

Pero visto con perspectiva, creo que, a su modo se cobraron la presa de los de nuestra generación ya que nos inocularon el gen de la culpa y los prejuicios que se quedan ahí para siempre como un virus residente. Aunque estuvieran desincronizadas, dieron forma a nuestra subjetividad. Me imagino que, aun en su imparable decadencia, manejaban el instrumento. Por algo llevaban siglos formando mentes y voluntades con el arma de la enseñanza.

No se si lo conseguiré pero me gustaría que mis hijos fueran educados sin esa culpa y esos pecados. Que se confundiesen o acertaran ellos mismos y que lo que hiciesen fuese desprovistos de miedos y complejos. En mi caso, los he conseguido superar casi por completo con el transcurso de los años, pero hay cosas que nunca regresan, y el tiempo es una de ellas.

De lo que sí culpó expresamente a esa educación es a la relación que mantengo con mis orígenes y el espacio vital en el que transcurrieron los mismos. Unos orígenes que ejercen sobre mí un impulso inexplicable. Atracción y refracción. Una fuerza diagonal que tira de mí hacia abajo y al mismo tiempo me expulsa de allí. Una energía extraña que siempre ha amenazado con resquebrajarme.

La memoria es una cuestión de escala. Jamas, podrás replicar la misma sensación que tuviste años atrás al presenciar un paisaje, un lugar, el primer beso, una cara amiga, o media verónica de recibo. La dimensión cambia porque has reconstruido el recuerdo para ahormarlo a lo que quisiste sentir o vivir en el momento pretérito. Y peor aún es escribirlo como un juntaletras. Las palabras siempre fallan; la escritura nunca llega al fondo de las cosas. Con suerte, lo bordea, lo toca, puede rozar la herida. Pero ese lugar siempre permanece oscuro, opaco, indescifrable, porque es mezcla de cuerpo y alma. De la tuya,

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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