El CHANDAL DE TACTEL

Hasta nuestros 80s, la ropa que te compraba tu madre contaba con estrictos canales de abastecimiento. Existía el mercadillo, en Gernika los lunes, para la ropa interior y la de quita y pon, más las tiendas del pueblo de toda la vida, que atendían a rimbombantes nombres como Dionisia, Adela Garteiz o Dorotea y de las que invariablemente salías vestido con algunos años más. Si tenías alguna celebración especial, expedición a Bilbao y mientras subias embelesado las escaleras mecánicas de El Corte Inglés, tu madre y compañía, que los grandes exploradores nunca viajaban solos, te aviaban el atuendo.

Pero he aquí, que llegaron a nuestras vidas las grandes superficies. En Euskadi los Makros de Eroski y allende mares, los Prycas y Alcampos que, con la excusa de llenar baldas, se metieron de pleno en el negocio del textil. Fiaron todo al binomio bazofia textil a precios regalados, y, extrañamente, aquello cuajó, me imagino que por la novedad.

Y en la cúspide de la chabacaneria el chándal de táctel. Se trataba de una prenda con sus dos partes, forro y exterior, cuya principal virtud era que no engañaba a nadie. Si cuando la comprabas te podía parecer una gran mierda, al desembalaría ya en tu casa, lo mirases por donde lo mirases, aquello era una verdadera inmundicia.

Pero aún así, gozo de su época de esplendor, que alcanzó sus mayores cotas en dos colectivos. La chavaleria, que en aquello de la vestimenta, ni sentía ni padecía y se calzaba lo que su ama le dejaba preparado cada mañana y las señoras sesentonas que, azuzadas por el Más Vale Prevenir de Sánchez Ocaña, se acostumbraron a salir en grupetto a caminar, tras el consabido café que hacía de punto de encuentro, décadas antes de que los inventaran las parejas separadas mal avenidas.

Para poder entender el furor ochentero del chándal  de tactel, hemos de enumerar sus ventajas:

- Era una prenda barata. Aun así, nada justificaba que hubiera Doñas que comprasen 15 chándales de una tacada para su prole. En términos de comodidad, les ahorraba estrujarse el magín en conjuntar porque era imposible que aquellos estampados de flores violáceas combinasen con nada, Así que te garantizabas ir toda la semana vestido como un adefesio, hasta que la peña se terminase coscando de que eras un pordiosero que no se cambiaba de ropa.

- Como decían las amamas, tenía buena vejez. En caso de rotura en forma de siete, cosa habitual por la pésima calidad del táctel, admitía perfectamente unos parches guapos de Bultaco, Sport Billy u Oliver y Benji, asaeteados en el calor de la plancha. A pesar de lo cutres que quedaban daban un toque de futurismo al chándal, en una especie de predecesor del mono de los corredores de Fórmula 1.

- A todo Dios le quedaba igual de mal. En esto no había distinciones por razón de sexo, condición o edad, clases  o familias. Te convertían en un ser amorfo que, a la primera ráfaga de viento, recordaba a la cabeza del tipo que salía en el bote del Limpia metales Netol. Quizá por eso, se convirtió en prenda defensiva de aquellos que combatían la gordura adolescente.

Comentario aparte merece la apretura  a la que sometía la goma de muñecas y tobillos que cortaba el riego sanguíneo y obligaba a que el orden de la puesta fuera siempre primero calcetines y, después, chándal. 

- Era calentito. Dicho de otra forma, dentro de la tela plasticosa, el punto de combustión se alcanzaba al tercer rayo de sol de invierno. En verano, aquello no tenía nombre, e incluso cuentan que en Écija, hubo uno que, tras dos semanas de puesta, se se convirtió en jibaro.

- No pasabas desapercibido, Su colorido y lo animado de los estampados hacía que el asco que desprendías llegase a todos los confines de tu pueblo. Eso sí, era imposible perderte.

- Era fácil de limpiar. Como era prácticamente de plástico, se podía limpiar como si se tratase de la carpa del Circo Paff. Manguerazo, trapo húmedo y como nuevo. Lo que eran irrecuperables eran las manchas de sudor de la sobaquera.

Presentaban otros inconvenientes, como eran que si le saltaba una chispa aquello prendía sin remedio, lo que le convertía en vestimenta incompatible para neoporrerillos o quienes apuraban las chicharras y que se arrugaba fácilmente, con una suerte de acartonamiento que solo he vuelto a ver en la cara de Pitita Ridruejo.

Aun así, es innegable el éxito que alcanzó. De hecho, una de las pesadillas que se me reproducen en los momentos más álgidos de mi vida laboral, es aquella en la que el bus de mi excursion de fin de curso a Briñas  repleto de canis con chándal de tactel se despeña por un terraplén mientras vuelan por el interior bolsas de plastico anti mareo y cajas de biodraminas.

La duda que siempre me corroera es, de que forma, años después, se convirtió en el uniforme de los yonkies. Cuando en los tiempos en los que el jaco apretaba no había uno, sobre todo de Despeñaperros para abajo que no vistiese la prenda en sus desventuras. Fue el estertor de una prenda que llegó a vestir la gran Eva Nasarre. Con otros grandes descatalogados. Los Calentadores y la cinta de Fontvella que cuando jugaba a Basket lucia el inefable Asier Plaza. Uno de los grandes.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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