DISCOPLAY

Antaño, de Correos podías esperar que te alegrase una mañana de invierno. Cuando llegaba el pedido del Discoplay. Pocas cosas podrán generar más nostalgia que reconstruir la ilusión que provocaba en mi la apertura de aquel paquete cuadrado. Llegaba a tus manos embalado por un papel estraza marrón. El fielato para alcanzar el preciado tesoro requería acabar con el doble precinto, cinta aislante y corderia que garantizaba su integridad en un transporte que a ti te había parecido la historia interminable.

Pero la magia se había iniciado mucho antes. Justo el día en el que descubrías en tu buzon el sobre verde y blanco con el Boletín Informativo Discoplay, el BID. Para el que no lo haya conocido, era un cuadernillo de venta por catálogo como el que recibía tu madre, con la diferencia de que a ella le ofrecían yogurteras y licuadoras, y para ti suponía el acceso al mundo de la música.

El BID ofertaba discos, camisetas, llaveros, o incluso entradas para conciertos. Cada ítem tenía su foto en miniatura, asociada a una referencia numérica y, en el caso de discos, se te abría la doble opción de Lp o Casette. La gestión del pedido consistía en casar tu objeto de deseo en una tarjeta que te apresurabas a echar al buzón, y a Madrid por correo postal. A partir de ahí, tocaba esperar. Y como en aquel momento, no se había instalado la cultura de lo instantáneo, aguadabas paciente a que el cartero te franqueara la entrada al paraíso de The Joshua Tree de U2.

Soy perfectamente consciente que lo que estoy contando será absolutamente incomprensible para quien el recorrido necesario para el consumo de música sean los segundos de la descarga de Spotify tras un doble click. Más, a poco que te sitúes en el contexto de un adolescente con acné en un pueblo de la España rural de los ochenta, la cosa cambia. En ese caso, el recibir el Discoplay era como una suerte de teletransportación, en el que, en el mismo viaje, conocías el Londres de Los Clash, los Estados Unidos del Springsteen o el Madrid de Los Nikis o Los Gabinete. Por eso hay que reconocer que su influencia en la cultura musical de nuestra adolescencia de pueblo fue muchísimo más valiosa que todas aquellas clases de música de EGB en donde, lo más, te enseñaban la familia de instrumentos a la que pertenecía el Fagot.

Mención aparte merece su influencia en la vestimenta del personal. Aquella camiseta, pongamos por ejemplo de AC DC, del Discoplay, era capaz de granjearte, entre las cuatro esquinas de tu pueblo un aura de modernidad que era realmente difícil de conseguir sin ese salvoconducto. Da igual que se tratase del más rudimentario de los diseños en donde la carátula del disco se estampaba, muchas veces ni siquiera centrada, en una vulgar camiseta monocolor blanca o negra. Lo importante es la grandeza que sentiste cuando te la calzaste la misma tarde en que llego. Aún oliendo a caja.

Y es que del BID se aprovechaba todo. Con las fotos de los vinilos, debidamente recortadas y encoladas con pegamento Imedio, se ilustraban las cassettes piratas grababas del tocadiscos, o de un casette a otro. Los posters y las imágenes de conciertos decoraban el clasificador que llevabas al Insti. Colgado de tu brazo con la debida inclinación para que se pudiera ver que estabas a la última. Junto al diccionario Collins de inglés y el Iter Sopena. 

Incluso, completando el cupón con el nombre de tus amigos podías franquearles las puertas de la gloria musical. Otra cosa sería ahora con la protección de datos, y tanta matraca de Leyes y Reglamentos. 

Quiero recordar que Discoplay llego a tener una tienda física en Bilbao. Una entreplanta por el Casco Viejo. Si no era en la calle Bidebarrieta en Correo. Me escapé una vez hasta allí en busca de el Dorado con un tipo de Gernika al que llamaban el Maquinomio, y que me imagino habrá acabado en alguna cuneta. Nada que ver con las tiendas de Madrid cuyas imágenes aparecían en el BID. Ni con aquella que llegaron a abrir en Moscú a lo “Division Azul”. Con la diferencia que en lugar de viajar Muñoz Grandes y Ridruejo, viajaron los Rolling y Mike Oldfield. Pero esos eran otros tiempos. 

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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