EL MUNDIAL

Al final, como ocurre con todo en la vida, ha terminado llegando el Mundial. A estas alturas, en las que recién he colocado en el gramófono la cara B de mi periplo vital, me han abandonado muchos placeres. Entre ellos, la capacidad de ilusionarme con las pequeñas cosas. Por ejemplo, jamas he vuelto a sentir el cosquilleo infantil que se apoderó de mi al abrir el sobre de cromos y ver el careto del peruano Percy Rojas. El único que me faltaba para terminar la colección del mundial 82, que aun tengo en mi poder, y cuya foto ilustra este post.

Algún cretino con ínfulas de escritor de manuales de auto ayuda, me vendrá con la balandronada de que la edad te insufla una experiencia que hace compensar otro tipo de privaciones y carencias derivadas del paso del tiempo. Paparruchas. Cambiaría sin dudarlo ese acervo de experiencia vital, que, en mi caso, solo sirve para confundirme, una y otra vez en cada cruce de caminos, y tropezar con el lobo feroz, por volver a ilusionarme como cuando era niño. Ya fuera con Percy Rojas, con el cromo que me tocase en aquella medusa que escondían por el reverso las chapas de las botellas de Coca Cola, o por pensar que, por fin, sería capaz de conducir hasta la meta la peseta por las rampas en aquella máquina del volante que había en los bares, antes de la irrupción del come cocos. 

Así que, de ilusiones va este post. Y, más exactamente, de esos recuerdos de los mundiales que, en caso de cada uno, van indefectiblemente unidos a un lugar, un momento o al primer beso con una chica de cuyo nombre no te acuerdas. Aunque por esa pirueta del destino, recuerdes perfectamente, con nombre y apellidos que, al tiempo que la besabas, Julio Cesar Brown, posteriormente enrolado en el Murcia, estaba marcando en la final del mundial de Mexico. 

Mi primera remembranza coincide con la final del mundial de Argentina 1978. Gracias a las promociones impulsadas por las tiendas de electrodomésticos, el mundial supuso el desembarco de la TV en color. Todo un lujo para aquellos tiempos. La cafetería de enfrente a mi casa, que oficiaba con el rimbombante nombre de “Salón de Te Echarte” a contra querencia del Gernika pueblerino de entonces , se echó el largo y se hizo con el receptor. Minúsculo. De antena de cuernos.

Al reclamo de  las 625 líneas coloreadas, acudieron los parroquianos. Entre ellos mi padre. En la final, atraídos por la Holanda, de la que Cruyff se había dado "mus" un año antes. El gen inconformista del que no me he podido despegar ya cantaba entonces, y a mi, que me llevaban de comparsa, me llamo mucho más la atención, aquellas melenas aleonadas y permanentes que lucían los argentinos. Mi primera imagen mundialista  fue la de los rollos de papel caídos del cielo del Monumental de River Plate que se enganchaban de las patas del Matador Kempes tras apuntillar a la naranja mecánica. 

Salto al Mundial 82. San Mamés, Inglaterra vs Checoslovaquia (esos eran nombres de países verdad, con catorce letras). Al lado de mi abuelo. Levantados durante los himnos. Respetando profundamente algo que nos resultaba tan ajeno. Y después, el jeque kuwaití que invadiera el campo en medio del partido, obligando al árbitro a anular un gol, por un pitido distraído del público. Ocurrió en el José Zorrila.

Cuatro años después tocaba México. De aquel mundial, recuerdo las noches de insomnio. Las primeras rebeldías contradictorias de cuando tienes catorce años, te comienzas a sentir un hombre, y, pletórico, comenzabas a desvirgar lo bueno de la vida. Verano caluroso en Gernika. Los cuatro goles de Butragueño en Querétaro, el penalty marrado por Eloy Olalla. Otra derrota al zurrón. 

El itinerario afectivo termina en 1990.Italia. Cumplía la mayoría de edad y me empezaron a gustar otras cosas, a preocuparme por otras ilusiones, otros objetivos. Recién empaquetada la selectividad, no era compatible seguir el Mundial y quemar la vida durante aquel verano. Claramente opté por lo segundo, y no puedo arrepentirme más. Supuso, renunciar antes de tiempo a una ilusión tan inmadura, tan ingenua, y tan reconfortante. Recuerdo el gol del partido inicial de Oman-Biyik, al síciliano Toto Schilachi, a Brehme, que luego jugaría en el Zaragoza, marcando de penalty en la final. Pero ya nada era lo mismo. Andaba despistado. 

Vuelve Percy Rojas.  Te necesitó a mi lado.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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