HAZ Y ENVES

Tengo una tendencia innata a arrear laboralmente. Nada más lejos que  por aspiraciones crematísticas o ambiciones laborales. Solo por esa obligación de hacer lo que debo. De la que estaba preñada aquella educación vasca que recibiera en la Bizkaia profunda en tiempos del tardo franquismo.

Caí en el emprendizaje de manera natural. Mitad por querencia de autonomía personal y otra, por esa dosis de ingenuidad que había en aquella idea iniciática de acuñar un proyecto. Hecho para el cliente, aun y cuando se resintiera la cuenta de resultados .

Ahí, como saben tocos aquellos que se han visto enredados en los inicios de cualquier aventura empresarial, me invadió el síndrome de naufragio. Ese que asoma cuando inauguras tus despertares como emprendedor, justo después de ser trabajador por cuenta ajena. Da igual que montes una churrería, una tienda de reparación de bicicletas o un fondo de inversión. Es lo mismo. Te inunda una sensación de desamparo.

Nadie te va preparar un espacio de trabajo, ni a facilitar un ordenador o un móvil. Todo te los tienes que procurar tú solo. Pero lo peor es que cuando llegas a fin de mes, nadie te ingresa una nómina, ni se ocupa del papeleo, ni del alta en la Seguridad Social.

Es una sensación que te imprime angustia y un regusto metálico en la garganta. Para evitarla y poder ser realmente feliz desde el viernes al mediodía hasta el domingo a primera hora de la tarde, que es cuando al currito se le instala encima de la cabeza la nube negra del lunes laborable,tantos y tantos no se atreven jamás a dar ese salto.

Como ocurre con otras profesiones, como los anestesistas o los medicos forenses, no puedes encarar como duelista las flechas laborales que te tratan de impactar cada jornada laboral.  Relativizar consiste en tirar de automatismos. El más palpable, nada más te desvirgas, es aplicar a todo una cierta dosis, si no de cinismo, sí de escepticismo pragmático.

Eso, y espantar al vértigo de la forma más efectiva que existe; no mirando nunca hacia abajo. Seguir subiendo, seguir trepando. Cada vez más arriba, sin bajar jamás la mirada al suelo.

Pero poco a poco vas cayendo en el verdadero agujero negro, ese que te hace olvidar que lo urgente impide hacer lo importante. Como es evitar que se te desbarre la vida profesional o la familiar.

Por ejemplo, esa avidez por acceder desde el dispositivo a tu bandeja de correo electrónico tras finalizar una reunion que se ha demorado. En la convicción de que que, de no comprobar los últimos mails recibidos, la riada del olvido se comerá aquellos mensajes que requieren de atención inmediata.

Ese mismo buzón de entrada en el que, a todos los que perreamos con esta vida, se nos acumulan miles de mensajes sin abrir ni leer. Cadáveres de la comunicación moderna.

En la medida en la que avanza tu recorrido laboral vas tomando las distancias. No obstante lo cual, vislumbrar la meta siempre es una estupenda estrategia de motivación, pero engañarse queriendo verla más próxima de lo que en realidad está es la mejor garantía para desesperar.

Eres consciente de que te ocurre cuando cambias el objeto al que se ciñe esa impresión de pérdida de tiempo que tanto detestas. Cuando estas empezando, te surge cuando no estas aprovechando tu jornada. En cambio, en los últimos kilómetros la misma impresión te acaece al dedicarle tanto tiempo a algo an esteril.

El haz y el envés.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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