BUHARDILLA

He comentado muchas veces que, detrás de todas esas ideas mamandurrias de la globalización y la aldea digital está el cambio de los contornos de la imaginación.

Antes tu imaginación llegaba no más allá de los contornos de tu pueblo. Conocias todos los barrios (conocí con mi aitxitxe Cafranca, el lugar que me he cruzado cuarenta años después y que he inmortalizado con la foto del post).

Y tus héroes, cono no veías otros, eran los jugadores de los equipos de fútbol o baloncesto locales. Que para eso defendían camiseta y, sobre todo, el orgullo de tu pueblo respecto a los limítrofes.

La imaginación no volaba mucho más allá. Porque la televisión sólo tenía canal y medio y en mis dos viajes anuales a Bilbao (médico y compra de atrezzos para bodas o comuniones) aquella urbe te parecía gris e inhóspita comparada con el ritmo y verde de donde venías.

Cuando ahora la imaginación vuela a los cinco continentes y, por si fuera poco, alcanza hasta ese territorio de ultramar que es el metaverso. Y, eso, entre muchísimas consecuencias, la mayoría perversas, genera que la juventud no conozca sus barrios, el nombre de sus calles, pero si el nombre de la villa de verano en la que se escapa C.Tangana (que me cae bien por auténtico)

Vivimos en una era en que la verdad vale menos que el serrín con el que se secaban charcos de agua o vómitos en el poblado

Las leyes de Internet por donde vuela la imaginación del personal son las mismas que las de la física que estudiábamos en EGB. Una vez que la piedra comienza a rodar cuesta abajo, no hay Dios que la detenga. Se va haciendo más grande gracias a los hierbajos y la grava que se le pegan por el camino y cuando llega al final arrasa con todo.

Puedes vivir en una buhardilla, de tu pueblo. Que te terminas enterando y, además, logras librarte del impacto en la mitad de tu rostro.