SEPTIMA DE CCGG: VENDIMIA

Victoriano maneja la alquimia ganadera de forma soterrada. Para muestra el botón de ayer en la que hubo de todo (el Salinero de inicio, dos ofensivos pero con carita, un tercero feo como Belcebú, otro largo como un mercancías y Dakar, reata acreditada de la ganadería que parecía lucir un goterón Atanasio, de esos por los que antaño hubiera en Guadalix)

Desde esa quiromancia cria el toro apto para el neotoreo. Abanto de salida, reservón y cumplidor en el caballo, pero que a partir del segundo tercio derrocha movilidad. Lo que dota de viveza a la trama del espectáculo, suceden cosas y a gente se entretiene. En su debe, que todos terminando rajándose de forma manifiesta.

Con ese plantel, comparecieron tres toreros distintos, tres eran tres las hijas de Elena. En este caso, sí que eran buenas, aun con un corte completamente distinto. El poder de Juli, el tremendismo mandón de Roca y el clasicismo místico de Ureña.

A Juli se le despidió como merece de una plaza que ha sido santo y seña en su carrera. A diferencia de Las Ventas, donde se retira empatado a número de Puertas Grandes con el inolvidable Jose Neto Morenito de Maracay y Domingo Valderrama. La devolución del cariño cobrado dese el aurresku inicial dotó de responsabilidad a su actuación. Poderío bajo el diluvio del cuarto y oficio para alargar el trasteo cuando salió de naja para las tablas. Matando se le notaron los años y la mano se le fue. Digno colofón.

Ureña, torero de aficionados, tal y como predijo Chica9 (no me dice nada), tiene mala llegada al público de talanqueras Más aun en días como ayer, en donde los tendidos están plagados de público de aluvión y el medio centenar de aficionados quedamos reflejados en lo que realmente somos Una gota en el océano. La más pura insignificancia. Así, que el poso de torería paso cuasi inadvertido acuciado por esa tendencia de sus enemigos de rehuir la pelea.

La comparecencia de Roca transitó de la sístole a la diástole del toreo. Vestido de vendimia y oro, su primero, feo como un cebón, era un manso encastadísimo que se comía la muleta a dentelladas. Salvo una tanda diestra en la que el peruano se impuso tragando mercurio, las dentelladas le mellaron ánimo y claudicó. La primera vez que uno lo veía.

La diastole llegó en el sexto. Inicio ceñido con pases cambiados en un espacio inverosímil y faena con series de hasta diez en la misma baldosa. Se le escapó la mano y, con ella, el triunfo para decepción de la masa de jóvenes corifeos que se habían congregado. Por el y para él.