ACEITES Y ARMANIS

Cada vez me ocurre más a menudo. En cualquier escenario. Para lo que hay que ver, tiro de concentración, que de esa voy sobrado, para enhebrar pensamientos con dirección a mi interior. Recogiendo carrete o recorriendo la estrategia del caracol. Esa que te conduce hacia ti mismo. Directo a la sacudida de placer que aún te provocan los cuarterones de intensidad con los que a veces te sorprende el dietario.

No digo que puedas mantenerte mucho tiempo cimbreando cintura en el palo de una cucaña. Lleno de brea mientras peleas por la bandera que te otorga la visa de lucir de continuo un conjunto de lencería negra de Armani revestido de puntillas. Probablemente, se trate de calzarte la muda abanderado de a diario hasta que, de pronto, salte la chispa, el relámpago.

Es por eso por lo que en esas dispersiones me autoimpongo no dejar de estar enchufado al fulgor de los voltios. Intensidad medida en amperios vitales, de esos que te permiten caminar donoso por la misma esquina que antier recorriste apesadumbrado. Esa es la sal de la vida, el trago mejor. Ameritas la experiencia que te dan las añadas cuando reduces la distancia entre la cota del día del subidón a la sima de la jornada de desasosiego. Es lo que deja huérfano el delirio de grandeza el día después, el retroceso derivado del profundo vacío que te deja su ausencia.

Incluso en cuestiones de relámpagos y chispazos emocionales existe su vademécum, en el que puedes consultar nociones fundamentales que te permitan compilarlos. A algunos solo puedes verlos esporádicamente. Y no sacas de ellos nada mínimamente potable, más bien el cortocircuito, pues su condición no es proclive al arrebato. Y ya se sabe que sin arrebato, el sentimiento es vulgar y se difumina.

Otros llegan para quedarse, tronando para que te enteres y despliegan generoso aparato eléctrico. Son los que te llevan a vivir para los restos entre relámpagos y chispazos. A dieta de coche eléctrico, más o menos como si fuera Electro, ese malote meritorio que trata de amargar los atardeceres a Spiderman.

Allí andaba yo esta mañana enseñoreándome con la electricidad que lleva tiempo recorriendo mis venas con riesgo cierto de cargarme el amperímetro. Haciendo bueno el dicho de quien bien entra bien penetra.  Pensando lo bien que me vendría una tormenta que hiciese zozobrar mi ventanal mientras me pille arrebujado bajo las sábanas azules de mi cama.

Dándole vueltas al magín he llegado a una conclusión. Que más da que el término cuentos sin inventar sea prestado si los cuentos los invento en ch9. Que más da conjugar en primera persona la mayor parte de las madrugadas si los electrones siguen saltando de un átomo a otro a velocidad endiablada. Si protones y neutrones zigzaguean por un circuito preñado de carga eléctrica de recorrido infinito.

Solo necesito aceite para engrasar las bielas y oportunidades de compartir la energía que me recorre el cuerpo. Y que me dejen dispersarme cuando el alrededor me aburra. Tampoco es mucho pedir pienso yo.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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