La letanía de cicatrices vitales con la que, tras los vaivenes de la semana, costumbro a hollar la cima del jueves noche, me ha anclado a La2, donde daban los Lugares Comunes de Aristarain Y una frase que he escuchado me ha descerrajado el alma, Lo único que nos pertenece realmente son las ilusiones. Que, por decirlo todo, suena distinta desde la voz aguardentosa de ese seductor con alma de tanguista que era Federico Luppi.
Y desde ahí, me he puesto a cavilar sobre si esta sociedad y su frenesí permite atesorar ilusiones. O si por el contrario, te aboca, con el único objetivo de degustar el placer de estar vivo, a ir coleccionando privaciones, y encadenar renuncias a todo aquello que un día soñaste con ser. Sencillamente diferente.
En esa pugna por el equilibrio, tan propia de funambulistas, te toca encarar el día a día. Y para ello, tiras de repertorio. Así que, como la mies es mucha y tu resistencia limitada, te enjaretas el traje de faena. El uniforme. Ignífugo, de esos que no dejan transpirar miedos, aprensiones. Que te sirva de carcasa, para que no se te perciba que eres humano y sientes. No sea que por saltarsete las costuras alguien lo noté y se aproveché.
Todos lo terminamos haciendo ya que, en último extremo, te dota de la seguridad del automata, que tiene más facil el encadenar pasos en cuanto le quita el precinto al día.. Más o menos como ocurre con las colegialas que se embozan en un uniforme escolar. Se ahorran el esfuerzo de tener que pensar y les homogeneiza el patrón. Y, si alguna mañana se levantan con cuerpo danzón siempre les queda el recurso de levantarse un par de dedos el dobladillo de la falda para sentirte una lolita. Al menos por un día.
He acabado la película pensando que, cada vez me pertenecen más mis ilusiones. Que más a menudo me ensoñoreo más en ellas, cuando tengo la suerte de que una me atrape de verdad. Es fácil identificarlas, son las que se manifiestan con un nudo en el estómago. En mi caso se emparejan con esa afición por las religiones perdedoras y las personalidades divergentes del que siempre he hecho gala.
Me gusta construirlas desde una pulsion de rebeldía, de esa heterodoxia vital que a veces trato de destilar, aún con la boca pequeña dentro de una vida conservadora y acomodada. Y lo que más me gusta es paladearlas, degustarlas en esos momentos de introspección, que siempre tienes que dedicarte a ti mismo, si no quieres que jugando a ser autómata acabes por serlo de verdad.
Como cuando le coges el gusto a interpretar los silencios de la persona que tienes a tu lado, o cuando empiezas a tomarle el pulso a estos momentos en los que no pasa nada. Y es que, al final, ese desideratum que todos tenemos de encontrar nuestro lugar en el mundo no queda tan lejos de aprender a admirar lo atractivo que en cada momento te rodea. De la ilusión que aspiras a cobrarte, de que algún día la bola caiga por fin en el nueve. Impar y rojo.