EL CAMPO DE DON JESUS

Para todos los que íbamos al Sagrado Corazón, era lo más cercano a la Arcadia feliz. Incluso, fabulábamos sobre si aquel erial, con dos destartaladas porterías de mecanotubo y jirones recompuestos de red pertenecía a nuestro director. Don Jesús López, el bajo, porque al alto no le presumimos tanto poder.

Entender aquello requiere de situarse en aquel contexto. Vivir en esos años ochenta en la Bizkaia profunda infundía respeto. Era todo oscuro, gris, como una película en blanco y negro sin banda sonora.

Para empezar, estudiábamos en un colegio de prestado. Situado en la primera y tercera planta de un edificio público situado en el centro del poblado. Que en el segundo estaban los artes y oficios de un tipo al que, desconozco la razón, llamábamos Mochales.

Los sótanos los ocupaba un vetusto proyecto de músico apellidado Makazaga, que se empeñaba sin éxito en introducirnos en los secretos del solfeo y el Bel Canto. Era de una ingenuidad aplastante pretender que, armado solo de aquel simple "la ri lo" que estilaba, se creyese capaz de meter en vereda a aquella colección de zafios que estábamos hechos.

Carecíamos de instalaciones y equipamientos. El recreo en la plaza del pueblo, los partidos en el paseleku, y la gimnasia en el judo de Baltza, un Cromagnon incapaz de articular más léxico que una serie de sonidos guturales en unos sonidos que te recordaban vagamente al euskera.

Imperaba la ley marcial. Impuesta desde la cabeza. El orden se garantizaba a golpe de reglazos, flautazos y collejas. El barnizar demasiado la marquetería, o emplastar demasiado pegamento imedio en el dodecaedro que montabas con cartulina, constituía delito de lesa humanidad que penabas con el consiguiente bofetón. Que te atizaban con la mano contraria de aquella de la que Don Jesús, (esta vez el Alto), se despojaba de su reloj de pulsera.

Aun y cuando el alzheimer devore mi memoria, nunca olvidaré aquella tarde en la que nos obligaron a subir la escalera con el cuello girado hacia la derecha para que no pudiéramos leer el "Don Jesús López Hijoputa facha" que habían estampado en la pared contraria. Nunca se supo su autoria.

Lo que más me molaba era la camiseta oficial del colegio. Color verde manzana, que, a partir de entonces, no ha vuelto a ser utilizado por ningún otro equipo o deporte. Y las 21 letras negras del Colegio Sagrado Corazón estampadas en el pecho. En círculo, que si no, no cabían. Solo la podías conseguir en la tienda de deporte que atendía la madre de los Rementería, (Simon e Iñigo creo que se llamaban), frente al Santi Morga.

Quizás toda aquella orfandad es la que nos hacía disfrutar aquellas expediciones al Campo de Don Jesús. Ya fuera a pie o en bicicleta, el viaje a La Vega era pura magia. Llevábamos botellas de gaseosa Azketa de sabores que enfriábamos en el agua de la ria que circundan el campo. La forma de compartirla era a puro gaznate, mediante tragos que apurabas mientras te aguantase la respiración o el colega no te la arrancase del morro.

Los partidos eran eternos y solo terminaban con el día o el toque de queda que te habían marcado en casa. Eso sí, los jugadores iban incorporándose o abandonando los equipos en función de la hora de la merienda, de la ducha o del "Con Ocho basta".

Un septiembre nos dijeron que el colegio se cerraba aunque nunca supimos realmente porqué. Ya nada fue lo mismo. Nos desperdigamos y a los más nos ahijaron en La Merced, donde teníamos equipamientos, instalaciones, pero ni ensayábamos Santa Águeda aporreando el suelo del recibidor del primer piso, ni, sobre todo, podíamos viajar al Campo de Don Jesús.



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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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