PAOLO

Para demostrar que el fútbol es mortal valga la legión de ametrallados por el COVID en este 2020. El de ayer, que me imagino no el último porque aún nos quedan una gavilla de días fue Paolo Rossi. Carita de niño bueno se enfundó durante el mundial la azzurra de la Nazionale con el numero 20, curiosidad macabra.

Antaño, cuando el fútbol era una cosa seria, esos dígitos solo podías lucirlos en competiciones oficiales en donde se convocaba a dos docenas de jugadores. Mientras que ahora te encuentras un lateral derecho con el número 31 en loa entrenamientos de loa alevines del Puerta Bonita. Huelga cualquier explicación.

Cuando en el verano del 82 llegase a España, lo hizo indultado por el escándalo del Totonero, aquel biscotto organizado de la quiniela italiana. Andaban involucrados un grupo de jugadores a los que mandaron directamente a la nevera por un periodo inicial de tres años, que a causa del indulto, quedaron en dos, y pudo cambiar el rumbo de aquel mundial.

Es habitual que en estas competiciones salte un outsider que, estando inicialmente destinado a integrar el carro del pescao,  termine acaparando el protagonismo de la competición. Recuerdo, sin ir más lejos, a Goycoechea, el para penalties en Italia 90. Pero es que Rossi se coronó calzándose a la Brasil de Zico, el Dr. Sócrates, inventor de la Democracia Corinthiana, o Eder, en Sarria. Tres punciones, tres, en la epidermis hasta entonces infranqueable de la verdeamarela, y a semifinales. Tras superar contra todo pronóstico un grupo de tres (en aquella competición nada tenía demasiado sentido, que completaba la Argentina de Maradona, y al que había caído tras no ganar ningún partido en el grupo de los empates que había tenido su sede en Galicia.

No había marcado hasta entonces y se embaló. Dos más a Polonia en semis y el último en la final del Bernabeu nada menos que a Schumacher que se había cargado a Battiston en la otra semi de Sevilla, mediante un Uke de Karate en el segundo asalto. Recuerdos de cani, de los buenos, de los que aún ni están manchados por esas manos pringosas que te dejan la evolución y el malevaje nada más te destetas.

Eran tiempos en los que no estaba fácil asomarte a otras ligas porque tu mundo se limitaba a tu entorno y a lo que pudieras captar en la televisión patria y el Don Balón. El siguiente y postrero recuerdo que atesoro del bambino es la final de Heysel. Fatídica. Integraba triplete atacante con Boniek y Platini. La Bianconera le quedaba mejor que a un mafioso una pelliza con cuello de borrega. Ganaron el día en el que todo el mundo perdió al ver como treinta y nueve tipos se dejaron sus sueños contra una valla.

Dentro de mi patrimonio afectivo siempre quedará su celebración del primer gol de cabeza a Waldir Peres. Pura elegancia con decorado de tifossis agitando la tricolor con banderas de palo de madera, las de verdad.

Normal que derribasen Sarria. Le hizo justicia.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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