QUINTO DÍA DEL APOCALIPSIS: EL SÚPER.

Lo que tienen los confinamientos es que hasta la actividad mas cotidiana te sabe a postre de domingo, de esos que tomabas de cuando eras niño. Por ejemplo ir al súper, otro periplo premiado en el bando con salvoconducto, da igual que compres una pinza o toda la balda de congelados Juldan.

Acercarte al supermercado de El Corte Ingles durante esta quincena es como asomarte al escaparate del país de las tentaciones o acceder a la Arcadia infeliz de las privaciones en tiempos de reclusión. Las puertas, que otrora te franqueaban el acceso a un parque temático del consumismo, conducen ahora a una sinuosa senda circundada por cintas de seguridad que te separan de un Dorado inalcanzable.

Senda de la que solo fluyen dos railes. El estanco de los tabaco-adictos, sepultado entre los restos y reliquias del museo de aquello que todo el mundo desea esta semana y nadie puede conseguir y las escaleras mecánicas que conducen hasta la sexta planta, la del supermercado.

El peregrinaje al que te conduce el camino es algo así como el que recorres en esos museos de pegolete donde solo puedes andar en línea recta por el recorrido prefijado y mirar, a la distancia marcada, desde la barrera de seguridad que te marcan con esos postes separadores de cordón rojo. La diferencia es que, en lugar de ver la Mona Lisa como en el Louvre o el Gernika de Picasso en el Reina Sofía ves un bolso de Gucci o un tres cuartos de mujer North Face desamparado.

Nada más aterrizar en la sexta planta te recibe una vaharada de vitalidad. Gente, las consabidas mascaras y por fin luz, aunque sea de fluorescente. De entrada un anacronismo. El Club del Gourmet ofreciéndote delicias de Baco cuando la estadística de contagiados sigue creciendo en tu calle, barrio u oficina.

Ya dentro del súper compruebas dos cosas. La primera, que está repleto, mucho más que cuando no había pandemia. Hay incluso reservas de papel higiénico como para empapelar a Tuttankhamon. La otra que la gente que te cruzas en los carriles te rehuye como si llevases grabado en la epidermis la huella del cólera.

No es que el vasco sea lo que se dice tocón ni le guste el roce en demasía. Somos de codo en la barra y no de bailar pegados. Pero, tanto como que, para prevenir el contagio, la gente cimbreé la cintura para que haya un metro entre ambas pelvis cuando te cruzas saliendo de la balda de los tomates triturados,.....

Aunque haya cuatro gatos aquello parecen los autos de choque de los Hermanos Galan, C.B. Tipos estampándose con el carro contra el borde del mostrador de la pescadería porque con los putos guantes se les resbala la barra de la dirección. Y todo, porque piensan, que si pisan la misma baldosa, pinzan productos de la misma balda o comparten idénticos Pascales de presión atmosférica, van directos a la UCI sin remisión.

Y lo que nos queda por ver.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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