DOMINGO

Vestidos de domingo, se decía. Era un día distinto, el único diferente de la semana. En aquellos tiempos no había pintxo-pote de los jueves, cañas con los aitas del cole los viernes tarde, ni se estrenaba ropa un día de la semana distinto a ese salvo que hubiera BBC (Bodas, Bautizos o Comuniones)

El viernes era la jornada familiar. Salías  desbocado del colegio y te permitían, como terapia de desfogue, el que dieras media docena de correrías con tus amigos. Llegabas a ultima hora de la tarde. En punto, ya que era día de baño (en bañera porque la alcachofa de ducha llegó por lo menos a Gernika bastante más tarde y sólo la conoicíamos de alguna película del destape con lo que le atribuíamos propiedades pecaminosas).

Siempre me he preguntado el por qué en aquellos tiempos la relación era de solo un baño  por semana, (el resto te aseabas lo que no dejaba de ser una faena de aliño), cuando hogaño nos pasamos todo el rato a remojo.

Después de la ducha, cena especial mientras veías Con Ocho Basta (en casa de Chica9, como eran de alcurnia bilbaína, churros con chocolate del Chacalá pero en el poblado, pollo con grasa impregnada de la Cervecera de San Juan Ibarra en verano). Serie con familia americana que vivía en una chalet con jardín donde todo lo que mostraba era las antípodas de tu existencia en casa comunal de Bizkaia profunda.

Y, como fin de fiesta, el Un, Dos, Tres, que si lo vieras ahora te entraría una depresión más vacua que la vida laboral del emérito.

El sábado amagaba pero no terminaba de atizar. Como gran cambio, tu ama tenia cita matinal perenne con la peluquería (localizadas en pisos con distintivo luminoso de L’Oréal). Pero como tu aita trabajaba, en un esquema familiar en el que el que todo gravitaba sobre la figura paterna, aquello condicionaba cualquier movimiento coordinado. Así que sólo a la tarde sonaban las trompetas de Jericó de salir a la calle, ya sea en version familiar, ya la de tus aitas solos o en compañía de amigos.

Y llegaba por fin nuestro protagonista. Como reza en el aviso a navegantes de las películas que recrean hechos pasados, cualquier parecido de los domingos de antaño con los actuales es pura coincidencia. Ahora, la gente sale alrededor de la una, a dejarse ver. Antes de esa hora solo pisan acera  compradores de pan y periódico o padres de niños con. El único objetivo decansar al enemigo en la calle tras haber claudicado entre cuatro paredes. Se ponen encima ropa casual, la elegancia del estreno dominical pasó a la historia, y alargan el mediodía hasta que, ligera o profundamente perfumados, vuelven a casa ya comidos. Echan la siesta del carnero y dejan pasar las horas de la tarde penando la cercanía del lunes.

Cuando antes un domingo era pura liturgia tal y como contaban Los Toreros Muertos, “mi mama se ha puesto muy guapa mi tío se prende un clavel en la solapa”. Familias enteras en misa, vestidas de  la forma más gallarda posible. Aunque no hubiera recursos y la camisa o el trajecito de el/lamenor hubiera pasado por toda la prole, y acumulará más penachos que una red de arrastreros.

A la salida de misa, y después de departir un buen rato en el pórtico, se ibade un grupo a otro pasando revista a las novedades de la semana, se tomaba un vino (sólo uno o a lo sumo dos en días especiales) en el bar cercano.

Las niñas jugaban arracimadas, los niños detrás de un balón perdiendo la compostura que tanto había costado enhebrar a las madres. Y en el interior, o en las terrazas durante la canícula, ellos por una parte, y ellas por otro. Al más puro estilo vasco.

Se comía a una hora digna, media hora más tarde en los pueblos de costa que en los de interior que para algo eran mucho más jacarandosos.

Y la mayor diferencia; el domingo a la tarde no se tiraba a la papelera de reciclaje, que es lo que se hace ahora con un espacio temporal caído por la modernidad. Nos acercábamos a ver al equipo del pueblo, que variaba la hora de comienzo de sus partidos dependiendo de cuando se ponía el sol ya que no había llegado la luz artificial, o acudíamos con toda la ilusión a la sesión infantil del cine, que era una batalla campal con más contaminación acústica que un centro comercial en navidad.

Volvíamos a casa felices. Sin depresión, que no sabíamos lo que era, ni miedo atávico al lunes.

¿Hemos salido ganando con el cambio de siglo?

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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