PEINETA

El verano te permite observar y no mirar. Y como en los últimos años sólo hemos tenido tiempo libre y no vacaciones, este se ha convertido en un año de desquite, con tiempo para recrearte en el arte de la atención y el detenimiento.

La primera conclusión de las observaciones veraniegas es que en los pueblos pequeños, de donde procedo y a donde me ha llevado de vuelta la vida en estos últimos tiempos, se vive francamente mejor que en la esfera urbana. La razón es el gobierno de los dos pilares sobre los que gira el devenir humano; la gestión del tiempo y la concreción de la expectativa.

Así, en los pueblos no se estila el correr de un lado a otro sino que la gente camina. Al contrario de la urbe, en donde, nada mas pisar asfalto el individuo se acelera como si estuviera en el centro de un huracán, y comienza a pimponear desde el fondo de la mesa para responder por espasmos a los retos que le lanzan desde el otro lado.

Con respecto a la expectativa, la de los pueblos se limita a mantener la mañana siguiente el nivel de vida que gasto hoy. Nadie anhela, por lo menos en público, alcanzar grandes metas o encaramarse a un pedestal. Se busca una felicidad átona que percibes nada más entrar en un bar de pueblo, en el que siempre hay acodados lugareños. Hay al menos uno que físicamente evoca al Jake LaMotta orondo de “Toro salvaje”. Representación icónica de la expectativa al punto de congelación.

Esos bares de pueblo en los que aun hay máquina tragaperras, gadget que en el cosmos hostelero ha quedado como el símbolo de la involución. Si entras en un bar que cuente con una, estas ante un hostelero refractario a esa perversa costumbre de adaptarse a los tiempos. Peleando contra el riesgo de extinción por aplastamiento de la sociedad. Una especie de Mourinho irredento haciendo una peineta a la hostelería de cliché.

Si me preguntan si sigo yendo a esos bares, contesto como lo hiciera aquel partidario de Curro Romero que, tras el enésimo fiasco del de Camas en La Mestranza.

“Curro, mañana te va a venir a ver tu Puta madre”, le espetó un despechado.

Y yo- sentenció el correligionario.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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