Continuó con mi acto voluntario de contrición modal:
6) Apuntarme (maravillosa palabra con efluvios infantiles) a un gimnasio. Soy virgen en esos menesteres y espero llegar sin mácula a la balda. Respeto a los que practican el culto al cuerpo y esas monsergas saludables, pero que respeten mi criterio de considerar esos espacios como potros de tortura, con artilugios diseñados por D. Juan de Torquemada en tiempos de la Inquisición.
7) Tomar parte en una Despedida de Soltero. Comoquiera que no gasto intimidades con menores de cincuenta y casarse a partir de esa edad me parece una completa ordinariez, del estilo de correr un marathon siendo abuelo, abjuro de esos encuentros. Su estética, que se puede contemplar en Bilbao, nudo de comunicaciones aéreas, todos los fines de semana, se ha despeñado en los últimos tiempos. Camiseta alegórica de Jarana o Se casa Braulio ellos y ellas cruzadas con bandas de majorette para la despedida y diademas con antenas de abeja maya para las acompañantes. El atrezo ha apuntillado las últimas hebras de glamour de estos encuentros.
8) Colectivizar la nostalgia. Junto con los crecepelos, la obesidad y el amor, la nostalgia integra el poker de sacacuartos de la vida moderna. Se pone el foco en un grupo con poder adquisitivo (cuarentones cerca del estertor de la década y cincuentones) y se les organiza un evento (yo fui a EGB o tributo a Mecano). La nostalgia opaca las carencias musicales, artísticas, y hace olvidar la flacidez de la carne o la fuerza de la gravedad en las zonas erógenas. A golpe de taco de euros recuperas tu juventud durante unas horas, un remake del Reina por un día que daban el la tele a mediados de los sesenta.
9) Asistir a una Corrida de Rejones. Todo el fervor que derrochó para las corridas en puntas se me convierte en abominación para los rejones. Debe de ser por que admiro tanto al toro como animal que me parece una desvergüenza que le desmochen. José Mari Redondo, a quien llamaban el Belmonte donostiarra celebró un día en el que era trasladado a la enfermería tras una cornada que de amanecer el Valle de Josafat ganaría el quitarse de enmedio a todos los garrochistas y sus cabriolas.
10) Disfrazarme. He aborrecido carnaval , las fiestas de disfraces (en el Urdaibai solo se estilaba en Pedernales en un evento pleno de postureo veraneante y el día de San Roketxu de las fiestas de Gernika). Ese sentido del pudor tan propiamente vasco me atenaza en cuanto me cruzo con alguien disfrazado. Las pocas veces que he perpetrado el delito ha sido bajo los efectos del alcohol o allgun piscotropico para soportar tanto bochorno.
11) Acudir al Patio de un Colegio. He cubierto con creces mi cupo tanto en mi condición de alumno como de padre incompetente. Erróneamente se creé que el pico de contaminación acústica se da en la pista de un aeropuerto o el interior de una mina, cuando el epicentro se encuentra en el patio de colegio (por ejemplo, Escolapios) un viernes a la salida de clase.
Con este acto de escapismo consumo un tres en uno, porque me ahorro a la vez otros actos aborrecibles que me he enjaretado en mi vida, como son las celebraciones de cumpleaños y las actuaciones de Navidad de los retoños. En estas últimas, acuñe una frase que congregaba en mi el odio de la pléyade de abuelos que salivaban “No aplaudáis, que siguen”
Nunca me hicieron caso.
Peor para ellos.