A pesar de que Chica9 no puede entenderlo, ser del centro de una villa liberal perdedora de todas las guerras durante los últimos dos siglos te hace insensible a la derrota, las cosas más difíciles que he hecho en toda mi vida son educar a mis hijos, (al menos intentarlo), y ejercitar el noble arte de vivir en pareja.
Fruto de esta disciplina olímpica tengo, de tiempos pretéritos a Chica9, el alma cosida a cicatrices, que hace tiempo hicieron su costra dejando regenerar los poros de la piel y he inflingido daños, más por cobardía o ahínco disfrutador quiero pensar. Ya que, a lo largo de una vida descubres, muy a tu pesar que no tratar todo lo bien que quisieras es la última manera digna de conseguir que alguien se aleje de ti para no hundirse contigo.
Solo habiendo pasado en aquellos tiempos de los romanos que ahora me aparecen en color sepia y con los bordes mordidos, una guerra y otra después de la última batalla, vas notando que, a medida que envejeces, los huesos tardan más en regresar al sitio, los cortes no cierran y los derrames y moretones emocionales contienen todos los colores del arco iris.
Así que la trama de “Nosotros”, de Helena Taberna, estrenada hace dos viernes, lleva bicheando en mi subconsciente durante la semana larga desde que me la embaule. Como no, al lado del alter ego que ha frenado mi errático devenir, con la fortaleza del tope que paraba el tren en la estación de Bermeo, (fin de trayecto, apeense por favor) y de la que no quiero separarme jamas.
Las cicatrices hacen entender que esas historias de amor de la banda sonora (llámense seriales o películas románticas) con las que nos criamos (en Gernika es verdad eran más rudas) nos llevaban a aspirar estúpidamente a una relación de pareja inmune a cualquier problema. Pero lo cierto es que la realidad funciona de manera diferente: los amores invencibles y los arañazos de una rutina acelerada y cada vez mas desoladora por carencia de espacios propios coexisten. Y se entrelazan para que la línea que los separe sea, en demasiadas ocasiones, indistinguible.
La perspectiva me dice que en la vida cotidiana la verdad juega a esconderse y dos son las principales lacras de las relaciones. Una primera, las especies invasoras, llámense familia, amigos o aquel/aquella que brota de la chistera del mago para espetarte la diferencia entre la persona con la que vivirías y la persona con la que vives.
La segunda, la imaginación comparativa, esa que te hace asomarte al balcón de las relaciones ajenas con ojos de carencia y desconocimiento. Al achinarlos no te das cuenta de que fuera de casa, siempre ilumina el rostro el sol. Lo mismo pasa con el trabajo al que te dedicas. Te cuesta entender que ninguna profesión es tan dura como dicen quienes la ejercen ni tan cómoda como dicen quienes la desconocen.
Y como la magia de la vida no la descubres hasta que tienes ya recorrido tres cuartas partes del camino, para cuando das con la tecla te encuentras ya con un cadaver al que sólo le falta incinerar. Te decides a reconocerlo, al ver que el corazón subido a la boca tiene sabor a fracaso herrumbroso . Y como se dicen los protagonistas de la película entiendes que has vivido una buena relación salpicada de malos momentos.
Que no son mas que los propios de encadenar años de vida con una persona en los que las ilusiones, ambiciones y prioridades de ambos se van desalineando y garreando el asumir el desgaste como algo propio al paso del tiempo.
Quisieras confesarselo pero te parece ya un gesto inane. Las palabras las has gastado en disputas estériles. Nada de eso es posible ya que hay demasiado ruido, un sordo estrépito a derrota que no desaparecerá nunca.
Pero es en cualquier caso mejor que el Tinder. Porque duele más no haber sido feliz nunca que haber sido feliz como ocurre en la bazofia de las redes y luego dejar de serlo..
Patrimonio afectivo aun en los rescoldos de un adiós que solo sabes valorar cuando se ha ido y percibes que, habiendo tirado nuevamente los dados, la nueva tirada es la buena.
Porque muestra el doble 1, los ojos de serpiente.