Asisto desde mi burladero asocial al vocerío mediático creado entre Broncano y Motos. Vaya por delante que, del primero, su humor me resulta ajeno, porque, incapacidad propia, no consigo aprehenderlo. Y mira que Chica9 se empeña en que le demos oportunidades, que terminan, una y otra vez, con la misma retirada del que se presenta a una oposición por probar después de haber estudiado un tema de treinta.
Mientras que el segundo, por esa incompatibilidad de caracteres que marca la química entre las personas (su piel no me gusta dice una clienta) me parece emana una abyección maquiavélica, esa que solo puede brotar del complejo propio de los bajitos con trazas de melifluo.
Pero han consagrado encumbrar algo tan español como una disputa, el Duelo a Garrotazos de Goya, las discusiones banderizas que terminan beneficiando a los dos contendientes, como ocurriese con Juan Belmonte y Joselito El Gallo durante la Edad de Oro del toreo. Este país de las dos Españas, la de los dos bandos irreconciliables, la derecha carca y el progrepijo, el del Madrid y contra el del Barca, Ayuso embistiendo a Sanchez, nacionalistas españoles contra nacionalistas periféricos, los que tomamos agua con gas y los que nos odian,…
Cuando el verdadero hilván de esta historia y otras es la incapacidad de quien esta en los medios para estar callado, su pánico al silencio por el pavor a que un día le den mulé mediático y deje de figurar. Ante cualquier asunto, por intrincado que sea, especializado, técnico, ajeno o propio el vocerío siente la irrefrenable necesidad de opinar y lo hace con vehemencia pontificia.
Pero lo que le es importante no es tener opinión sino decirla, a voz en grito, casi predicarla, meter ruido, insuflar presión impostando así una posición firme y unívoca. Cuál y cuan fundamentada sea no importa. Lo primordial es espetarla con contundencia y sin aceptar nunca cualquier otra, no ya opuesta, sino incluso distinta.
Y nacen los bandos verbales que, sin duda, pueden pasar a ser de extremada violencia física. Y finalmente, desaparecen los bandos, y se impone el griterío. Que no garantiza el alineamiento de la sociedad.
Poniendo por ejemplo, las elecciones americanas, en las dos semanas anteriores cualquiera podia pensar, al hilo de lo que escuchaba en el ecosistema mediático, que a Trump no le iba a votar más que cuatro pirados encuadrados la sección ultra de los capirotes del Ku, Klux, Klan. Y va luego y arrasa.
Lo mismo pasa con El Hormiguero. Que entre el griterío del megáfono mediático termina superando la audiencia de La Revuelta durante varias noches consecutivas. No será por mí, ni por los que participan en la berrea, pero la realidad es que lo hace.
Probablemente, por ese ánimo gregario que se tanto en animales como en humanos, pero que en estos, hace a los individuos formar parte orgullosa de un organismo compacto y en marcha. Ese que les pone norte a su vida e instala en sus seseras un chip que segrega inamovibles feromonas que hacen ver que todo aquello, vivo o inerte, que no pertenece a su clan es enemigo e innegablemente inferior al que está dentro.
Sensación de pueblo elegido. Y todo por no pensar.