Aprovechando la tarde de otoño me dejó caer con Chica9 por nuestra sala fetiche de Bilbao. Los Multis, que empezaron siendo 8 para perder un integrante pr el camino.
La Infiltrada, una recreación de la única mujer topo en tiempos de ETA. Como ocurría con nuestros abuelos que eran refractario a hablar de la Guerra Civil (aquello fue demasiado duro y triste como para volverlo a recordar decía mi Amuma a todo el que hablaba del Bombardeo de Gernika) siempre abjure de todo aquello que recreara esa época. Porque, como la viví en primera persona, no es necesario que nadie me la cuente. Y tampoco creo que tengamos muchas razones para recordarla o sacar pecho de cómo actuamos todos y cada uno de nosotros en aquellos tiempos (sin excepción).
Pero como la mejor forma de ser coherente es la chapotear enla incoherencia la vemos y nos parece fidedigna y verosímil. Esquiva el cainismo y los estereotipos y defiende los claroscuros vitales. Que no es poco.en el tiempo en el que estamos.
En un fotograma veo la imagen. En una discoteca todos llevan en la mano un abyecto vaso de tubo. Ese que personalmente siempre me pareció un artículo inservible, mas propio de las tiendas basura de Reginald Perry (aquella serie ochentera en el que el protagonista emergía del mar).
Siempre lo considere un lastre. Porque como soy tragon, en cuanto te encapsulaban dentro tres hielos, no dejaba hueco al líquido, y el poco que allí cabía se aguachaba (lo mismo de lo que se quejaba Alex Angulo en aquel mítico corto tituladoMirindas Asesinas”). Además, como soy un hombre a nariz (vasca) pegado tenía que variar el modo de abrevar porque el vaso me hacía tope en el tabique y más que beber lamía y los hielos jugaban al paint ball con mis globos oculares.
Y por encima de todo, porque en el momento en el que me las quise dar de gallito y beberme un combinado (que así se llamaban entonces), el Licor 43 que me echaba el camarero en Gernika(que voy a hacer siempre he sido de Basket) se apropiaba de la mezcla y no había forma de mixturar con la coca cola algo que fuera mínimamente digerible.
Con lo que el combinado, que levantaba tres dígitos de tu menguante paga, te sabía a putos rayos y te quedaba media coca cola en la botella que, como no eran tiempos de desperdiciar, no dejabas Virgen y te la soplabas a gollete. Una inversión del orden cósmico del trajinar la noche que ha perseguido a los de nuestra generación hasta nuestros días.
A la generación del vaso de tubo nos trataron de redimir los vasos de pelotari, la copa balón, los de cerveza con culo ovalado de caribeña y otras princesas de la familia Duralex.
Pero ya era tarde. Porque aprendimos a malbeber en una copa de tubo y no nos hemos reinsertado.