Fin de semana de calabazas. Ajenas a todo lo que he vivido pero, al fin y al cabo, muestrario de una modernidad que ni me pertenece.
Aprovecho la expulsion del mundo moderno para pensar en la generación de mis aitas y en todo lo que hicieron por nosotros. Procedían de pueblo de la Bizkaia profunda. En unos tiempos en los que no se estilaba esa procedencia, sino la unificación de pensamiento y obra del Una, Grande y Libre.
Desde la franja social ganapán en el caso de mi aita o los ingresos recurrentes y seguros del cuerpo de funcionarios del Estado consiguieron una formación y unos ingresos dignos, pero sin ser capaces de sacudirse el pudor del origen y el temor a que un día cambiaran el color de las cartas del mazo y ya no salieran ni triunfos ni comodines.
Especialistas en echarse a la espalda mas responsabilidad de las que nadie les pedía y ese peso les hacia creerse con el derecho a decidir por los demás. Sobre todo, para que nadie de los que querían sufriera. Ya lo hacían ellos por los demás, porque, al fin y al cabo, para ser los demás ya estaban los demás.
Gastaban espíritu combativo para superar la grisura irracional que les rodeaba. Siempre me llamó la atención su capacidad, no solo guarecerse de la dureza de la atmósfera, sino de encontrar trincheras de felicidad. Fuera la verbena de las fiestas patronales, los sábados tardes de Txoko y partida o el triunfo del equipo local o las elecciones ganadas por el partido que representaba su forma y modo de ver la vida. Se les veía sino reírme, si sonreír con una media mueca que era lo máximo que tenían permitido,
Rodeados de un entorno agro, pero valorando lo natural como positivo sin esa quimera de «lo natural» del neoruralismo fake que epata con las bondades de la naturaleza, pensando que es posible matar por susto a la vaca de la que te comes la chuleta o echar una partida de mus con un tigre.
Noa dieron vida, nos inocularon valores y permitieron que accediéramos a la realidad moderna sin las rozaduras de las ortigas, la oscuridad del antifaz de las privaciones o las limitaciones culturales del polvo de la era de aquella educación nacionalista.
Nos desbrozaron el camino sin tiempo de enfrascarse en trucos, y tratos o fiestas falsarias con color de calabaza.