No respondas. Llevo mucho tiempo pensando que, en este mundo moderno, el portero automático se ha tornado una de las principales amenazas.
Antaño, llegaba del timbre la llamada de un amigo pidiéndote que salieras de casa, el cartero o el chico de los recados del colmado del barrio. En todo caso gente conocida que te acercaba buenaventuranzas. A lo sumo, te llegaba una multa por aparcar en un vado o una citación para hacer la mili en Algeciras. Pero se descolgaba con total despreocupación porque nadie pensaba que el timbrazo te situaba en la víspera del trastorno.
Cuando ahora suponen la antesala del peligro.
Para muestra traslado mi reciente experiencia por incumplir mi sagrado juramento de no contestar el timbre del portero automático salvo que espere a alguien. Ocurrió el martes al mediodía cuando trajinaba en la cocina para Chica9.
Tras profanar el voto de enclaustramiento, un muchacho apareció en el quicio de la puerta. Decía llamarse Eder y financiar su rutina vital con el vanguardista trabajo de repartidor de Amazon. Aseguraba haber entregado por error en mi casa un paquete con zapatillas Nike del que no había rastro.
El tipo gastaba esa turbación que te invade cuando tienes un marrón laboral del que no sabes cómo salir. Y como la congoja es contagiosa hicimos nuestro el marrón. Así que la búsqueda del paquete perdido en el templo tenia ya tres protagonistas y adoptamos a un Eder al que antes de timbrazo ni siquiera conocíamos.
Aquí empezó el disparate.
Llamemos a la bendita de la chica que trabaja en mi casa. Primer disparo al aire. En el movil en el que nos comunicábamos con ella, contestaba una compatriota que afirmaba haber comprado su tarjeta SIM. ¿Había vendido también las zapatillas NIKE extraviadas por Eder?. La respuesta a Eder habría de esperar al menos un día.
Perdido el contacto de la teórica receptora tuvimos que ampliar las líneas de investigación. Mensaje por whatsapp a nuestra recua de hijos que entran y salen de casa con visión limitada (que solo ve lo que les interesa y tiene ángulos muertos para el lavavajillas, las bolsa de basura y el rollo de papel WC terminado) Respuestas para todos los gustos.
Una que guardaba en su retina una imagen lejana de una bolsa en el recibidor cuando vino a trincar un paquete de jamón, pero no lo podía asegurar, otra que ni puta idea, el pequeño que solo vio el partido en Movistar+ y en cuanto marco el Athletic se olvidó de todo. De los ausentes, uno estaba a cuatrocientos kilómetros (demasiado lejos para haberse calzado las Nike) y el que falta no contesta porque esta en clase de la Universidad.
Otro día al jergón sufriendo por el futuro profesional de Eder.
La mañana siguiente aparece la chica de casa que, además de darnos sus nuevas coordenadas telefónicas, reconoce que recibió la caja y que la dejo en una silla de la que está claro que volaron de la mano de alguien. Continúa el galimatías y empieza a nacer en mi interior la necesidad de llamar a Eder, pedirle que me mandase una foto de las putas zapatillas y el número de pie, acercarme a El Corte Inglés, comprárselas y acabar con la pesadilla.
Cuarta estación del víacrucis de Eder (al que ya considerábamos nuestro hijo)
Cuando íbamos a resucitar a Jimenez del Oso para que indagase en el misterio se manifiesta uno de los ausentes. Sale de la amnesia y el primer fogonazo le retorna a cuando estando con su novia en casa, casa que parece la M30 o la zona del pintxo-pote de los jueves, tocaron el timbre y una tipa, (su destinataria) le pidió el paquete desnortado. Me imagino porque tenia mejores cosas que hacer le entregó el paquete sin cerciorarse de si era suyo (si se lo hubiera pedido en ese momento le hubiera entregado también el frigorífico y el lavabo). En la efusión de la entrega se le olvido también de avisar de lo recién ocurrido.
Mosqueó con mi hijo, al que le acuso de haber arrojado a Eder al lodazal del desempleo. Me cuelga el teléfono mosqueado sin que le pueda reconocer que tampoco el bueno de Eder hubiera sacado las oposiciones al Centro Nacional de Inteligencia.
Quinto día. Mecagüen el día en el que respondí a los timbrazos. No volverá a pasar.