METRAJE

Me apasionan todos aquellos que resisten los embates de la vida moderna. Los que aún se comunican vía sms con un zapatofono Nokia. Los que leen el teletexto, aquellos que no adelantan la hora en octubre sabiendo que vuelve a ajustar sus manecillas en marzo.

Para darte con ellos tienes que poner millas desde el Bilbao centro, por el que deambuló durante mi jornada laboral. Refresco mis pulmones el sábado en el Mercado de la Ribera.

Puestos atestados, quien es el último, a cuanto esta la mercancía frases que no escuchas en el área fashion de la villa. No creo que haya habido una reforma que fuese más respetuosa con el alma de un edificio. Ha sido capaz de superar la maldición de los lugares atestados de gente, que cuando se quedan varios el silencio y la soledad se aplican por dos y suenan en estéreo.

De la zona reservada a la gastroteca, no hablo. Le intuyó alma de convenio colectivo con lo que me resulta tan ajena como el Primark o el Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Convivimos en el mismo espacio/tiempo sin interrelación.

La fuerza de la costumbre te va hermanando comercialmente con unos puestos mientras que orillas otros. Como ocurre con el marinero y los puertos de mar que frecuenta, en los que domina enfilación y corrientes. Sabes a lo más su nombre, pero conoces su carácter y forma de desenvolverse de cara al público.

Y lo más importante, envejece contigo en un espejo en el que puedes presenciar tu propio declive físico. Paulatino en el caso de ellos y más fulminante en el de ellas. Un reflejo de la propia realidad.

El mercado late vivo. Allí nadie se conoce pero todos son bien recibidos. Reserva espiritual de una sociedad que un día fue así porque premiaba el fondo sobre la forma.