EL POR QUÉ SOY TAURINO

Soy consciente de que tener que explicar un sentimiento es una soberana necedad. Incluso, puede que tirar de argumentario para sustentar un gusto o una pasión, le dote de un fundamento racional incompatible con su componente emocional.

Tampoco hay pretensiones vindicativas, proselitistas o coartadas morales o intelectuales. Si algo tiene el cumplir los cincuenta es que no lees cualquier libro, degustas el primer vino que te ofrezcan o besas el primer devocionario. A fuerza de acumular cicatrices, te brota un gen selectivo que te hace conjugar la acción en primera persona. Pierdes frescura, ganas poso, las alegrías no encienden como antaño pero, a cambio, te sostienes mejor en el equilibrio de tu propio intimismo.

No persigo el hallazgo de la atracción para levantar el totem colorido de la revelación mesiánica. Me llevaron, algo me atrajo, y se generó un imán que, con mayor o menor fuerza magnética ha viajado conmigo durante toda mi vida. Tampoco puedo erigir un Pigmalión que me tutelara en los primeros pasos de mi andadura, más allá de los recuerdos infantiles de corridas en blanco y negro que salían de la televisión de mis aitxitxes en los ocasos de las tardes de primavera.

Esos recuerdos que se quedan impresos en tu patrimonio afectivo por su pureza sin mácula. Llegan en un momento en el que aun no has coleccionado tu propia cosecha de monstruos, aquella que vas incorporando en cuanto la personalidad se malicia y brotan taras como codicia, interés o ventajismo.

Solo busco adentrarme en lo que me ha hecho sentir esta devoción. Y encuentro una palabra, contraste. Si algo me ha atornillado a esta liturgia, como marmolillo a albero, ha sido la distancia sideral entre aquello que presenciaba desde el tendido y los cánones sobre los que se iba construyendo mi existencia.

La fiesta taurina es un espectáculo arcaico, una detonación del sistema neuronal de la civilización moderna. Son mundos antagónicos cuyo entendimiento es completamente imposible. A la primacía de la fugacidad del mensaje, contesta la tauromaquia con la densidad de los veinte tomos, sin contar apéndices, del Cossio. Las antípodas de la imagen que uno tiene de eso que llama la aldea global pueden estar perfectamente en una corrida destartalada de los herederos de El Cura de Valverde que se lidie en Cenicientos. Al individualismo rampante lo volatiliza la Peña Los 3 puyazos organizando un fin de semana colaborativo en Guadalix. Y a la estética fashion imperante la estética del chulo de toriles del portón de Madrid.

Y mirar el ecosistema al que pertenezco, y del que cada vez estoy más despegado, desde la mirilla sardónica de una tauromaquia que se desmorona a mis pies me parece el visor perfecto. Un catalejo instalado en la casamata que me he construido para observar aquello en donde habito desde el entorno en el que me gustaría habitar. En una recreación de ese pensamiento que he visto reflejado en los ojos de muchas mujeres cuando me presentaban a su pareja o marido “este es el hombre con el que vivo pero no es aquel con el que me gustaría vivir”

No quiero que el lector me entienda. Como tampoco llegaría a entender, tampoco lo hacia entonces mi entorno, que insultara a mi propia inteligencia dejándolo todo y a todos cuando era más joven y me metiera 800 kilómetros entre pecho y espalda para ver fracasar otra vez a Frascuelo un domingo de verano en Las Ventas.

Cuando es un regalo que me ha dado la vida. ¿Quién puede decir que lo ha dado todo en la búsqueda de un sueño que sabe no se cumpliría?

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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