MONTERREY

Estoy cansado de escribir obituarios comerciales a negocios con los que me crié que cierran pegando persianazo. Así, que me he decidido a escribir de negocios vivos, aunque anden boqueando en la víspera del oremus.

La mejor forma de definir el Monterrey es que es un clásico de Bilbao en cafeterias de alcurnia. Por su ubicación, en el tramo inicial de la Gran Vía, por las maderas nobles que panelan paredes y componen la barra, por el servicio, donde los camareros siguen luciendo corbatín, porque en invierno tienen caldo con picatostes y por las tazas de cafe, loza de la buena con ribetes de colores señeros como el morado o el crema.

Era, nada más llegar del poblado, la primera estación del viacrucis bilbaíno de tu abuela donde repostaba la cafeína que le espoleara en su tarde capitalina (normalmente de los pueblos se venia al medico especialista y a comprar ropa especial para las BBC familiares). Y desde los ojos de niño, impresionaba, como lo hacían La Isla de Loto o la inmensidad de El Toledo. Porque de donde tu venias la hostelería no gastaba ese poderío y el cliente comía el bollo con las manos y no con cuchillo y tenedor.

Dentro de lo que cabe, Monterrey no ha envejecido mal del todo. Y eso que lo tiene todo en contra. La iluminación blanquecina te deslumbra, nada mas entrar, como si tuvieras el faro del cabo Matxitxako apuntándote directo a las retinas y el espacio que hay entre la barra y la barandilla de las mesas es mas estrecho que el cuarto oscuro de un garito de intercambio. Los que somos de romana generosa nos vamos chocando o rozando con otros feligreses o un taburete a cada paso, por lo que cuando llegas a la barra te atornillas a ella como un naufrago a la tabla que flota.

Los días que llueve aquello se convierte en deporte de alto riesgo. Pavimento resbaladizo, paraguas en ristre, y gabardinas mojadas con las que te vas remojando la ropa en tu incursión. Lo mejor es que en las mesas que dejas a la derecha en tu peregrinación el populo come (y nada mal) por lo que se han registrado episodios de aplastamiento de cliente a comensal que se derrumba sobre solomillo, merluza o sopa. El único que avanza ágil es el camarero que sirve la comanda, que de tantito cimbrear la cintura esquivando feligreses ha desarrollado cuartos traseros de la primera vedette del Tropicana de La Habana.

El hacinamiento en la barra me resulta apasionante. En la mismo decímetro cuadrado de encimera, pueden cohabitar un tipo comiéndose una tostada, una madre un cafe con niño en regazo zampándose una tortilla, un camarero sirviendo un vino y otro aliñando la ensalada de la mesa esa horrible aceitera-vinagrera. La gente no se la juega y aprieta vejiga y esfínteres para no visitar el baño, que para colmo esta al fondo, lo que exige slalom de ida y vuelta por lo que, para cuando vuelves, el café esta frio y el vino caliente.

Mi aita y el de Chica9 los frecuentaban, me imagino que era porque era parada de gentilhombres, en aquel Bilbao en donde todos se conocían, y en una mañana podías ajustar un negocio y por la tarde perder la dignidad que tanto te había costado ganar.

Supongo que ira plegando velas poco a poco en la misma medida en la que sus clientes apergaminados en sus costumbres vayan agrietándose. Pienso por un instante que puede que sea el último café con historia que le queda a la villa después de la riada de ellos que ha caído abatida por la balacera del progreso

Y decido desayunar mañana allí para tener más fresco el recuerdo cuando desaparezca para siempre.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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