MAGUA

A los recuerdos, da igual que provengan de personas o lugares, les sucede lo mismo que al rabo de buey, que hacía mi Aita en el Txoko, que necesitan su maceración. Que la salsa ligue perdiendo la membrana acuosa de lo reciente, que la carne se vaya reblandeciendo sin tiranteces, que el hueso se desprenda del pernil como ocurre a la costra de las cicatrices cuando la piel regenera.

Cuando tomas distancia de lo ocurrido, recuerdas, lo más, que te habías despedido de alguien con un beso. Pero ha pasado tanto tiempo que te resulta imposible distinguir su sabor. Se lo ha llevado la escoba del tiempo.

Por eso después de una semana en donde todo ha sabido a magua, me ha tocado esta mañana recordar el sabor del ultimo beso que di a un lugar en el que pasé cinco años de mi vida. Esos que enlazan la pubertad con el inicio de la vida en la que ya no te disparan con balas de fogueo.

Los encuentros que nos habíamos regalado en los últimos treinta años habían sido un visto y no visto. Alguna clase suelta que me había tocado impartir en algún postgrado, eventos de amigos o hijos de estos, funerales en la capilla. El último en plana pandemia el del inolvidable Tío Santi. Todos ir y venir, ver sin observar.

Hoy que he tenido tiempo para detener la mirada la atmósfera me ha resultado lejana y extraña. Edificio imponente que te engulle entre claustros, arcadas, y pasajes interminables con bóvedas inalcanzables. Sin embargo, el alma no se contagia del continente. Viejuna y deslavada, como si no hubieran pasado treinta años. Tipos dechados de una corrección arcaica y forzada, propia de aquellos tiempos en los que la consigna era la letra con sangre entra.

Estériles intentos de blanqueamiento que asemejan el escenario a una falla de cartón piedra erigida solo para que la juventud actual no salga despedida y entre en la barriga de la ballena. Con el azul de los jerseys de capucha universitaria, que puede se lleven en Berkeley pero no en Amoroto, el encalado de paredes y el barnizado de las maderas nobles. Construyendo retratos ejemplificadores que personifican el buenismo insípido de la sociedad actual.

Estoy seguro que he cambiado yo y en mi radica el problema. No me reconocía entre tanto sentimiento naif modernista.

Por qué será?

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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