ESTANCIAS

Eran fronteras marcadas a fuego para los que nacimos en el tardofranquismo. Nuestros mayores llevaban tatuado el respeto por la edad, las tradiciones, y todo eso expandía una mancha de prevención y miedo que se proyectaba a cada cuarto o estancia de la casa.

Había espacios vedados como el cuarto de tus abuelos. Territorio sacrosanto que no podías profanar en ninguna situación (terremoto, incendio o diluvio incluido). Recuerdo que eran lugares oscuros, sin concesión al color y con preponderancia de maderas y elementos que hoy parecen de otro mundo como rosarios, biblias, atriles o reclinatorios.

En el de tus padres, aunque tampoco te pudieras pasear por allí como Pugarcito, te eran permitidas un par de expediciones victorianas al año. Normalmente, para hacer un mandado por cuenta de tu madre, o una tarde de verano, con la familia buscando la fresca fuera de casa, cuando te salía el gen investigador. En aquella habitación se respiraba algo más de luz, no demasiada, pero el mobiliario, madera apolillada y cama de cuerpo y medio era antídoto de todo lo que no fuera trabajar y morder la vida con los incisivos para sacar el poco jugo que tenía aquellos años.

Había otra en la que, a pesar de que se podia entrar, nadie la frecuentaba y se quedaba como una demarcación inhóspita, que era el salon-comedor, que en aquellos momentos, era todo uno. Era curioso porque ocupaba una superficie extensa para lo que era el total de una casa. Y estaba completamente  desaprovechada, ya que solo se utilizaba en los fastos navideños y una visita destacada (sabias si lo era si se les desprecintaba el mini bar para brindar al visitante el licor Calisay). Las visitas eran variadas, las religiosas, cura o monja, que en todas las familias vascas solía haber una, o alguien con jerarquía, como el director el colegio o el jefe de tu aita.

Cuando se organizaban reuniones trascendentales en el salón, donde se ampliaban los recuerdos de los viajes y los tesoros decorativos del hogar, volaba asunto grave en el ambiente. Se trataba, imagino, de que el escenario acompañase la diatriba o, de alguna forma se entendía que no era ó posible mantener conversaciones sesudas en una cocina al tiempo en que hervía una coliflor. En aquellos terrenos, se sustanciaba una debacle académica, una crisis emocional o las consecuencias de tu ultima gamberrada con el balarrasa del hijo del vecino.

Por descarte, los lugares en los que se desenvolvía la vida familiar era en la cocina, donde reinaba tu ama y había una mesa rectangular en la que se apiñaba la prole en comidas y cenas. Y una salita, me encantaba la nomenclatura que servia para enfatizar pequeñez respecto al mayestático salón, en la que , una vez enchiquerados los infantes, transcurrían sus juegos. Juegos macerados con escasez de medios que se combatían con imaginación.

Ea que éramos ricos en imaginación. Y es lo que nos ha servido para ser ricos en sueños, por mucho que la vida nos haya estrechado en ocasiones el camino.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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