ASTORQUI EN LA RESIDENCIA

Estaba a punto de traspasar una frontera. Después de más de ochenta años sin desfallecer, seis meses enchiquerado en la residencia le habían arrastrado hacia una apatía vital que solo sabía combatir al resguardo de las tablas.

Se sentía como aquellos toros mansos, esos mismos que había despenado en su plenitud, da igual que fuera en la realidad o en su imaginación. En ese silencio que precedía a la explosión de vítores de triunfo que atronaba en los tendidos en cuanto el toro doblase.

Se dio cuenta de que se arrastraba aguardando la puntilla, con ese andar cansino del que se traga la muerte. Solo esperaba que el tercero de la cuadrilla no fuera Caracolillo, que Guillermo, todo corazón, siempre marraba un par de veces antes de atinar.

No se creía cómo a él, que se había hartado de sobreponerse a todo, y mira que habia robado morralla del mazo de cartas de la vida, le pudiera estar pasando aquello. Habia acuñado la Astorquina, aquel pase de capa en el que citaba el toro de largo y lo dejaba correr, como respuesta vital a todo lo que le achicaba las querencias. Fuera el torniquete del despilfarro que era su penitente escasez de fondos, los tres matrimonios cornalones como una del Cura de Valverde o su propio carácter tunante. Ese que le había hecho sufrir y disfrutar por partes iguales. No se cambiaba por nadie. Que quedase claro.

Si lo miraba fríamente, tenía todo lo que podía pedir con sus ochenta castañas bien vividas. Varguitas le había regalado una televisión con la suscripción completa al Movistar+ toros. Tenía en su habitación el tomo del Cossio en el que salían las diez líneas que inmortalizaban la semblanza torera de Juan Astorqui Cánovas, Cocherito II y un par de enfermeras le permitían apretarse al despiste contra su pecho al tomarle la tensión.

Vamos, lo que era normal hiciera un hombre antes de que llegasen al gobierno esos rojos antitaurinos y esas machorris que le habían robado su mundo. Sólo cuando se sulfuraba pensando en ellos, notaba que la sangre hinchada sus venas. Recuperaba las sensaciones de su mocedad como cuando, con El Madriles, se atrincheró en la Plaza de Toros de Granada. Hasta que pudo demostrar a granadinos el coraje que corría por su sangre.

Aquella residencia le deprimía, con jardines para maquillar la realidad en donde los residentes más valientes se sentaban al sol, caminaban despacio por caminos libres de baches o hablaban con familiares o una asistenta comprensiva. Y eso, que la mayoría eran mujeres, lo que confirmaba lo que siempre había pensado, que estaban hechas de mejor pasta.

En el salón, algunos internos jugaban naipes y otros miraban el televisor con el volumen muy alto. La misma pantalla en la que le dejaban al menos ver el Tendido Cero los sabados por la mañana mientras el mismo que ahora mamullaba una galleta dormitaba a su lado.

Cuando iba hacia su habitación, pasó ante otra de la que salía una asistenta con los dedos de un guante de látex asomando en el bolsillo de su bata. La de la mujer que le había enseñado la última lección recibida, que las chicas guapas también roncaban por las noches.

Se dio cuenta de que vivía de recuerdos y no de realidades. Y aquello le generaba un quemazón peor que el del tabaco de la cornada por la que le dieron la extremaunción tras aquella becerrada de los choferes.

Continuará,….


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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