HIBERNACIÓN

Una de los grandes magmas del desarrollo culinario de los ochenta fueron las tiendas de congelados.

Aun y cuando, lógicamente, no llegaron a alcanzar el nivel de epifanía para el mundo hostelero de la llegada de los irlandeses en la década de los noventa. Los irlandeses trajeron cerveza Guiness, pizarras en las que anunciaban eventos deportivos en horario P.M., una nueva vara de medir como la pinta, tradiciones importadas como San Patricio y moquetas preñadas de color intenso y ácaros.  

Y eso era invencible, para unas tiendas de congelados que solo nos regalaron cutrería, balanzas de pesaje con chorretones de grasa, bolsas de rafia que se deshacían el corte del bigote helado de las gambas y uniformes femeninos de tergal con gorritos de color arcada.

Antes de su aparición, los congelados eran cosa seria en casa vasca. Se congelaba ganado vacuno después de la matanza, pimientos rellenos cuando tu ama se ponía generosa en el condumio, y en Bermeo, tierra de arcones, cimarrones de media tonelada en la costera del bonito.

Pero hasta la llegada de los supermercados urbanos Dya que volatilizaron el umbral de lo chabacano, si hay algo que en los ochenta representaba lo mugriento, eran las tiendas de congelados.

Pongámonos en situación, tienda modelo tubo con pintura ocre deslavada en las paredes y multitud de espejos que reflejaban la luz de los fluorescentes como si estuvieras rodando El Resplandor de Kubrick.

A los lados, dos hileras de congelados en continuidad que generaban pasillos interminables en los que podías correr los cien metros. El suelo alicatado con porcelana blanca de la que estrenaron en la cocina del Nautilus. Sólo llegó a estar blanca en la inauguración, porque, a partir de entonces, tomaba tonos parduzcos, por la incrustación de los trozos de congelado (polos, patas de calamar o partículas de brotes de ajete que quedaban adheridos como liquen en roca)

Los congeladores estaban divididos en nichos llenos de materia inerte. A la compra, te prometían que te llevabas un cubo de hielo, y, al punto de ebullición, sufría una mutación que te obsequiaba con una menestra de la huerta navarra o un arroz tres delicias de Chinatown. Pero era trola. Llegabas a lo sumo una borra escarchada, con más hilos que un carrete, o a un compacto granulado de ese color amarillento que se le pone al vivo cuando comienza viajar hacia el más allá sin ticket de vuelta.

No se salvaba ni una sola mercancía. Empezando por los palitos de merluza o las coliflores Findus, siguiendo por el salpicón de marisco que era surimi pintarrajeado con rotulador, transitando por el variado de verdura que te generaba una nausea irreductible y acabando con la sepia congelada. El colmo eran los helados marca Mortimer que, por falta de rotación, llevaban alli desde que Cipriano Mera ganó en Guadalajara a los Italianos la única batalla que se cobrara el ejército republicano en la guerra civil.

Además de la materia hibernada, vendían vino blanco de gollete. Me imagino que para pasar la bola de aquel engrudo o para olvidar lo que estabas deglutiendo.

La puntilla te la daba la dependienta cuando te cobraba. Como allí hacia más frío que en la cara norte del Eigger, iba pertrechada como los voluntarios de la Division Azul, con uniforme de esquimal conductor de trineos, Era siempre una mujer de mediana edad, con pinta de vencida por la vida y pelo lacio recogido en un moño, a la que le salían sabañones en los pies de tanta humedad.

Cuando preguntabas si aquello que habías comprado estaba bueno te respondía a la gallega con que se vendía mucho. Mentiras piadosas decía mi Amuma. O quizás tenían helado el paladar.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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