El calendario inexorable del fiscalista demora mi aterrizaje en la playa a bien entrado julio. Unido a que, hasta los veinte años, acumulé vales de playa para toda mi vida, debiera convertir mi contacto con la arena en esporádico.
Pero ya se sabe que el hombre propone y el toro (o en este caso Chica9) lo descompone. Así que en mis jornadas a la ubera del mar, decido emplear el tiempo (ya se sabe que la nada no deja restos) y disecciono el costumbrismo playero.
Existen gadgets que acompañan al bañista que no tienen desperdicio:
1) La sombrilla. Aquí hay dos liturgias. Los ingenieros que apuntalan la base como si fuera el puente sobre el río Kwai, y los torpezuelos a los que el viento proyecta su incapacidad.
2) Las gafas de buceo. Las de las dos últimas temporadas son una especie de careta blanca de scaramouche con un tubo de respirar con color naranja butano.
3) La silla. Las hay de distintas modalidades, respaldos y cabeceros. La mujer talluda del norte va trabajando su muñeca para que el brazo metálico se le adapte en las subidas y bajadas a arenal.
4) El monedero. Esa especie de supositorio gigante y hueco en su interior que los más grandes llevan colgados en el cuello por el procedimiento cordel.
5) Las palas. Los que las llevan para jugar en la orilla y se tiran al suelo, evitando que bote, como si estuvieran disputando el último punto en el tie break de Wimbledon. Chica9 paleaba con su ex. Así terminaron.
6) Los flotadores. Existen distintas modalidades. Estilo donut, balón, manguitos, salchicha. Si tienes más de diez años un puto cuadro.
7) Los equilibrios.Esos voladores, frisbies o cometas que a los mortales nos enseñan que, dentro de nuestras múltiples carencias, se encuentran las manualidades.
8) La esterilla. No puede haber algo menos vasco y más bastó.
9) El Boogie. Ese corchazo que sólo sirve par coger olas que se empeñan las madres gallina en llevar en playas en las que no hay olas. Sin palabras.
10) La Nevera. De donde siempre se saca una sandia, un melon y latas que se mantienen frías con unos hielos comprados en una gasolinera-
De los que, al final de la jornada, queda un plasticazo babeante.