TEMATICOS

Leí hace mucho tiempo para ser feliz no hace falta planearlo. En cuanto conocí el primero de mi vida me di cuenta que esa oración se conjuga al contrario. Para ser infeliz, a veces, es necesario planificar. Y no hay una forma más directa que una visita a un parque temático.

Mis coqueteos con ese engendro diabólico empezaron con la Expo de Sevilla. Pero entonces entre que tenía veinte años, y una civilización (lo era todo aquello distinto a Gernika) por descubrir la niebla no me dejo ver el bosque. Eso sí, hacia un calor del carajo que soportaban estoicamente los que se alineaban en las colas. Porque la Expo era básicamente eso, una amalgama de colas.

La verdadera inmersión la tuve cuando me hice padre incompetente. Por un resorte del subconsciente, los de nuestra generación nos sentimos culpables de un pecado original que obliga a rendir constante pleitesía a nuestros hijos.

Y una parte del peaje era abonada en excursiones, normalmente de un día, pero en ocasiones la tortura se extendía. El averno comenzaba desde la planificación (que es todo un quinario para quien tiene querencia a improvisar y al repentinismo impactante). Que si ropa de cambio, que si chubasquero por si el tiempo cambia, porque el emergency poncho que te venden ahí es una estafa y no hay nadie que le devuelva a la bolsa), que si crema para el sol que en esos descampados cae a plomo. Vamos que el Dr Livingstone llevaba menos pertrechos en su incursión al África Central que tú a Karpin Aventura.

Por mucho que pensaras que el día iba a ser una pesadilla te quedabas corto. No comprendí los verdaderos contornos de la palabra timo, hasta que visité uno. Como en una película Hitchcock, al traspasar el torno de entrada (primera cola), se apodera de ti un gen borreguil que no te abandona hasta que abandonas aquellas coordenadas.

Como vas en verano, el calor es propio de la sabana africana, y con el estipendio que te cuesta el refrigerio más barato te puedes comprar un palet entero de la marca blanca de agua del Dya. El visitante trata de amortizar el ostiazo que le han metido con la entrada corriendo para tratar de acumular viajes en las atracciones como si no hubiera un mañana. Hay discusiones y una abuela despistada es sepultada por una marabunta que está de viaje de estudios.

Cuando estas medio deprimido, tienes quemaduras de cuarto grado en el cogote y tus hijos han comprado dos turbos de helado, siete coca colas, un paquete de palomitas, un gofre, el poncho (se te ha olvidado el chubasquero en el coche) y fotos bajando el Genghis Kann donde sales con cara de marsopa, es cuando te pegan la puntilla.

La hora de la comida. En el menú infantil el nugget precongelado cotiza a precio de guía michelin y el plato combinado que  pides por aburrimiento es de pura arcada. Es imposible combinar dos palitos de merluza, una ensaladilla desangelada, un escalope reseco como una chancla en Maralascanas y una croqueta que la puedes estirar como parece un jamón de esos de tienda de chuches. Cuando la mayonesa de la ensalada se empieza a licuar con el aceite de colza de las patatas fritas Findus, decides que ya es suficiente.

No te preocupes Aita, queda el espectáculo Callejero, el viaje a bordo de la cápsula de 5D (intuyes donde van a acabar los palitos de pescado)

Cuando te ve al borde del derrumbe te susurra al oído, vamos corriendo que en el dragón zumbon sólo hay una hora de cola si vamos a la hora de comer.

Decides hacer la cola y  suicidarte en familia, al estilo del Fuhrer en el refugio del Reichstag


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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