SPORT BILLY

En cuestíón deportiva, Gernika era de férreas convicciones. Los chicos al fútbol (con su involución llamada futbito, maravillosa palabra en desuso) y al frontón y las chicas al baloncesto y a saltar a la goma. Y juntos al Txorromorropicotalloke, hasta que las monjas no las dejaron participar porque había riesgo de que les explotasen los ovarios (Mercedarias dixit).

Bajo ese paradigma, el desempeño deportivo del poblado transcurría plácidamente con los partidos de los sábados y domingos o el mundialito, también llamado la eliminatoria, que se disputaba en una porteria con postes de montaña de jerseys. Y su epifanía, los torneos veraniegos del Paseleku, en donde las cuadrillas se alineaban en equipos con nombres de fantasia como Sama Siku, Batzatza, Kikis, Gaseosa de 25, Rotuladores Potombo, No chingan flores o Testiculos de Jehova.

Y a partir de primavera a demostrar que éramos una sociedad rural, a pescar con palangres, tirar de carabina o cazar con un tío, que para eso todos teníamos un tío que cazaba y cuidaba sus perros más que a su familia.

Nadie echaba nada de menos ni esperaba otra cosa que lo que tenía porque, si algo estaba claro, es que los deportes de cuna, como al esgrima, el vóley ball (que entonces se llamaba el Balón Volea), el hockey sobre patines, o incluso el balonmano, no podían instalar su pesebre en aquella tierra de gañanes.

Hasta que llegaron las pretensiones a nuestra plácida existencia. Disfrazados de profesor de gimnasia vanguardista. Para definirlos, eran el negativo de lo que habíamos tenido hasta entonces, gordos ellos y secas ellas, con chándales decimonónicos más viejos que el de Di Stefano, y de entronque franquista (el régimen repartió estancos a los ex combatientes tullidos y varas de mando de formación atlética a los adeptos)

Aterrizaron en nuestra grisura irradiando nuevos aires, tanto en su vestimenta (como para correr los 1.500 metros en las olimpiadas) como en la frescura de su planteamiento formativo. Si sus predecesores se limitaban a impartir ordenes desde el centro del patio moviendo dedo indice y corazón al compás e del arriba y abajo que clamaban y dejarnos jugar al final de la clase a nuestro aire), ellos corrían y competían con los gallos de clase por la cabeza del pelotón (algo que siempre me ha parecido una soberana estupidez propia de tipos atrapados por una disfunción fálica que les hace encerar el coche los domingos por la mañana)

A las chavalas les resultaban atractivos (el contraste ponía todo de su parte) y los padres loaban su disposición a refrescar la forma de impartir enseñanza.

Hasta que, crecidos, sus delirios se acababan estrellando contra las limitaciones de aquel colegio macilento. Justo cuando decidían renovar los deportes y superar aquellos tabernarios que veníamos practicando completamente centrados.

Comenzaban con el balón volea, que todo cretino defiende como el deporte más completo en una de esas simplezas que, de tanto repetirlas, se quedan para siempre Enel imaginario popular como verdad suprema. Cuando pedían comprar una red, las monjas, después de ver el coste de la inversión, se descojonaban en stereo en su cara, y en un rapto de generosidad le daban un carrete de hilobala para que, con sus manitas y una tricotasa, se construyeran la red.

Así que la clase práctica se realizaba con una cuerda de cáñamo levantada entre dos arboles, con más inclinación que el tourmalet y que vibraba a la primera racha de viento. En un campo de juego pintado por tizas de colores por el Picasso de clase.

La mitad a un lado y la otra, al motrollón, al otro. Entre las taras físicas que gastábamos (no había uno normal) el desinterés, (si algo tenias claro es que tu vida no iba a correr paralela al voley ball) los problemas de coordinación (había gente incapaz de saltar y tocarse la nariz a la vez) aquello hacia mas aguas que en el naufragio del Titanic. Influía también que el balón era de fútbol con huevo (las monjas se habían negado a comprar uno que consideraban gasto superfluo si, al fin y al cabo, ambos botaban)

Tratando de remediar lo que ya hedía a catástrofe, el mamarracho del profesor hundía el poco prestigio que le quedaba y profería “Vamos, ponerle imaginación, que no es tan difícil”. Joder que no, la cuerda se soltaba con una ráfaga, el repetidor le había tocado el culo a la buenorra, que le daba un plastazo, el porreta se había aliviado y se estaba haciendo una trompeta en el baño y solo imaginaba un mequetrefe que se creía Sport Billy inasequible al desaliento.

El mismo que terminó siendo profesor de gimnasia, mientras que el resto nos encelábamos en los peligroso vericuetos de la vida licenciosa.

Por si a alguien le quedaba alguna duda, seguimos jugando a fútbol y baloncesto. Y el txorromorropicotalloke no agostó precipitadamente vocaciones maternas.

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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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