LA CASILLA

No todo el mundo vale para todo. Cualquiera de nosotros puede recordar a alguien que desempeña maravillosamente el rol de padre, pero se embarranca en el de marido, que cumple perfectamente como amigo pero es un desastre como hijo. O ese otro que es alegría y efusividad en la calle, a ojos de los demás, pero al que le nacen las espinas del cardo borriquero entre las paredes del lar propio.

En mi caso, estoy completamente inhabilitado para asumir las pérdidas. Y en la medida en la que te adentras en la cara B de la vida, vas encadenando la de un rosario de personas, lugares y referentes que van desnudando tu bagaje vital. Es como si en los primeros cincuenta años fueras avituallándote de sensaciones, logros y al doblar el dígito, se te cayese, grano a grano, todo lo que te acompañaba. Y dejas a tu paso un reguero de pérdidas que dibujan un mapa difuso en el que cada vez te cuesta un poco más orientarte.

Todo esto viene al caso de la noticia del cierre de La Casilla conocida esta semana que me implica con el arma que nadie puede eludir: el pensamiento. El persianazo del vetusto pabellón me hará mucho mas viejo y descatalogado. Ya que conducirá al almacén de trastos olvidados (en cuyas baldas reposan ya otros pasajes de mi historia como la máquina de escribir, el Dymo, el ordenador Spectrum, el VHS, el radiocasete y las películas de Paco Martínez Soria) a mis recuerdos infantiles como aficionado de Baloncesto.

Viajes desde Gernika, con mi primo IG y mi Aita, comprábamos palmeras de hojaldre en la panadería de Saraspe, ya cadaver, que curraba el hojaldre como ninguna. Sábados tarde de invierno, Bilbao pleno de aquella grisura ochentera de ciudad industrial y politizada, que pesaba en la atmósfera y en el cuerpo. Sillas plegables de madera a pie de pista. Partidos en Primera B del Caja Bilbao, solo un americano rodeado de muchachada local, mas corajuda que capacitada. Humo en el pabellón.

Se colaran por el sumidero aquellas tardes en familia, rodeados de con Rafa Yanke y su mujer, de José Ignacio Arrieta y su hijo, con Juan Garteiz y Manfred Nolte en el palco, de Jorge Linares, dirigiéndolo todo desde la sala de maquinas, con su imagen ojerosa de Doctor No.

Al igual que nunca podré olvidar la sonoridad de aquel pabellón, que cuando apretaba recordaba a la acústica del trueno que precede a la tormenta eléctrica. Esas que llegan los días de verano vasco, después de la galerna.

La misma que se ha llevado por delante y, con ella, a la arenisca de esos sueños infantiles que germinan cuando aun eres demasiado joven para tener cadáveres a tu espalda.

Como hay lamparas que nunca tienen sueño, espero que dejen siempre encendido un foco de La Casilla. Porque de esa forma, seguían encendidos mis recuerdos y se mitigará la acrimonia que no me abandona.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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