ANABELLE (II)

III

Tres días después, una vez hubiéramos abandonado la habitación del griego tras aquella liturgia en la que habíamos convertido el conclave diario en su habitación, me lo termino proponiendo.

- ¿Te importaría abrazarme mientras duermo?

No se si fue el tono o el candor de su mirada al proferir aquellas palabras, pero no pude sino tomarme aquello como una petición de cobijo emocional. Totalmente desprovisto de ánimo lubrico.

Accedí encantado. Anabelle me tomo la mano y me condujo a su habitación a a que no pude evitar el acceder preñado de pudor. Con la sensación de estar invadiendo su intimidad y su misterio, incapacitado para convertirme en el vándalo al que, cuando le abren la puerta, avanza como si conquistara un territorio y altera el orden de las cosas.

Me senté en la cama y me descalcé esperando que saliera del baño en donde se había resguardado nada más entrar. Salió al de cinco minutos cubierta por un pijama dos piezas con estampados de kimono.

- Me siento muy sola-me confesó. No estoy preparada para esto.

Nunca había sido demasiado ducho en artes amatorias por lo que me limité a cumplir fielmente aquello que me estaba pidiendo. En este sentido, no mas se podía adivinar en mí a un hombre que siempre había amado de un modo fiable y tranquilo, lo más lejano a esos que van corriendo con la lengua fuera y hocico de lobo detrás de las faldas que pasan a su lado.

Por lo que me limité a situarme justo a su espalda y envolverle con mis brazos, sin ni siquiera proferir palabra. Era lo que se me demandaba y lo cumplí con pulcritud, tratando de ajustar exactamente la forma de mi cuerpo al que me brindaba Anabelle, de costado y acurrucada. No se el tiempo que pasó, sí recuerdo que note que el cuerpo que rodeaba se iba relajando apresado entre mis brazos hasta terminar durmiendo plácidamente, tal y como advertí de la cadencia de su respiración balsámica.

Desperté hacía las seis de la mañana, poco antes de que se hiciera de día en aquella latitud. Aun y cuando poco nos tuvieran que preocupar las habladurías en un entorno anónimo como aquel, decidí salir en búsqueda de mi habitación. No quería despertarla y me atrapó una duda completamente estéril, como era la forma en la que había de despedirme. Opté por un beso casto en la cabeza que me pareció al menos elegante. Me respondió medio dormida con una leve caricia en la cara y aquello supuso el lacre de aquella primera noche juntos.

IV

A aquella le siguieron otras, exactamente con el mismo guion. La telepatía era tal que, ni siquiera teníamos que concertar la visita. Ya estuviéramos juntos o no, (el griego se aburrió de que cada noche le vaciasen el mini bar y ensuciaran su habitación) acudía invariablemente en la búsqueda de ese suplemento de calor humano que se me demandaba.

Hicimos también un clásico de la despedida. Y me convencí en aquel paseíllo matinal hacia mi cama que me sentaba magníficamente el dormir media noche a su lado. No existían entre nosotros intenciones veladas ni rezumaba en el ambiente el halo del deseo. Hablábamos durante el día y abrazaba su cuerpo de noche. Para lo poco que podíamos practicar en aquel encierro podíamos sentirnos afortunados.

Cada vez sentíamos mas cerca el final. La Unión Europea comenzó a redoblar la presión por sacarnos del país y se vislumbraba que en pocos días arbitrarían vuelos militares auspiciados por los respectivos gobiernos

La noticia llegó una mañana a primera hora. Teníamos fijada fecha para abandonar aquel aislamiento. Anabellle viajaría al de veinticuatro horas acompañada de los súbditos ingleses y yo lo harÍa dos días después junto al resto de los enclaustrados. Esta seria por tanto nuestra última noche.

En aquel momento fui capturado por un sentimiento completamente ridículo. Me vi como ese niño que, a fuerza de repetición, adquiere una costumbre y se siente perdido, por vulnerable, cuando le quiebran el hábito.

Quizás fuera por eso por lo que aquel día demoré la visita mas de lo que acostumbraba y fui sorprendido por un tañido en mi puerta que repetía la serie de golpes, cinco cortos, y dos largos separados por un parón, que había acuñado como contraseña en todas mis visitas a su cuarto.

Anabelle entró con un descaro que, al menos, yo no conocía. Se metió en mi cama después de haberse despojado del mismo pijama cuya fibra había abrazado cada una de las ultimas noches. Me desnudó con codicia y comenzó a acariciarme el pecho. Noté como me endurecía y sin más preámbulos me montó coléricamente. A cada movimiento de cadera, su cuerpo iba agitándose como si estuviera poseída por espasmos.

Su olor, que hasta ese instante había quedado camuflado por el parapeto textil, me invadió nítidamente. Lo que aceleró mi deseo hasta que no pude contenerme y tire hacía atrás ante la ausencia de un preservativo que es lo que menos había pensado pudiera llegar a necesitar al inicio de aquel viaje.

Lo que no me esperaba es lo que sucedió entonces.

Con una fuerza que era imposible ni siquiera intuir en aquel minúsculo cuerpo, me sujetó del culo con fruición sin dejarme que saliera code su cuerpo. Me desparrame en su interior liberando una lujuria concentrada en mi interior.

Me besó la boca y, esta vez, fue ella la que me abrazó velando mi sueño.

Me desperté solo y mojado. Impregnado del aroma oscuro y primordial, del eco bacteriano del sexo.

Por la hora que era, supe que nunca le volvería a ver.


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Acerca de Asier Guezuraga Asier Guezuraga Ugalde, nació en Busturia el 9/4/1972. Pasó su juventud en pleno corazón de la Bizkaia profunda, la villa de Gernika, de cuyos recuerdos se nutre este blog. Taurino irredento, hace compatible su odio al fútbol moderno siendo hooligan del Gernika Club, el mejor equipo del mundo hasta que alguien demuestre lo contrario, Juntaletras de novela negra con dos novelas publicadas, apasionado del baloncesto, cocinillas y sobre todas las cosas, muy frikie.
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